El Perú, y las serranías cajamarquinas, pudieron
ser testigos silenciosos de uno de los episodios más intrigantes de los últimos
tiempos. Y Sunchubamba como todo pueblito andino, que derrocha coquetería a sus
visitantes. No llegaría hacer casualidad, que fuera el lugar idóneo que escogería uno de los personajes más
sobresalientes de la historia, para pasar sus últimos días en la tierra.
Transcurría un mes de diciembre del año de 1946, en
Casa Grande, en aquella hacienda azucarera ubicada a treinta y cinco kilómetros
de la ciudad de Trujillo. Recibía directamente desde el muelle del Puerto
Malabrigo, por medio de un viejo Tren, a un séquito llegado recientemente de
Alemania. Específicamente, un grupo de refugiados del Partido
Nacionalsocialista Obrero Alemán, quienes huyeron
de su país, culminada la Segunda Guerra Mundial y quienes, por un acuerdo con
el gobierno peruano de aquellos tiempos, recibieron asilo en esta patria.
Fueron ciento veintitrés los refugiados, todos
ellos obedecían a un führer o jefe, como así lo relatan los testigos de ese
entonces. Se destacaba también, la presencia de treinta y ocho miembros de las
Juventudes Hitlerianas; la guardia personal de su líder; veintiocho jerarcas de
lo que quedaba del partido nazi; veintinueve fanáticos de la SS y diecinueve
del Volksstürm. En esta corte del líder nazi, también se distinguían: un
doctor, dos enfermeros, dos cocineros y tres sirvientes.
Mostraban una disciplina impecable, envidia de las
mejores milicias del planeta. A paso marcial marchaban ante su líder o al menos
lo que quedaba de él. Éste, con el rostro desencajado, el brazo derecho semi
paralizado y su andar vacilante; hacían de él un hombre derrotado y humillado.
Pues en el bastión de su gran Alemania ya ocupado por los ejércitos aliados, le
hicieron morder el polvo de la derrota.
Aquella silenciosa y fría madrugada, la casa
hacienda en Casa Grande, se vestía con lo mejor de ese entonces; ya que el
dueño, Don Enrique Gildemeister, era fiel amigo del
führer, así como también era propietario de una hacienda en el poblado
cajamarquino de Sunchubamba. En lo que, para su llegada
en el comedor del lugar. Se mandó a confeccionar una esvástica: símbolo del
Partido Nazi. Y en las afueras, se izó la
bandera alemana, junto con la peruana, para recibimiento de los visitantes. En
los jardines exteriores de la casa hacienda, se respiraba una quietud
inexpugnable y se mandó a resguardar el lugar para mayor seguridad de los
recién llegados.
Inmediatamente partieron hacia la serranía peruana,
en una locomotora que tenía como sobrenombre "La
Cuatrito". Constantemente, los escoltaban miembros del
ejército peruano, triunfador de una guerra con el Ecuador en 1941. Según los
comentarios de la época, gracias a las estrategias diseñadas por oficiales
alemanes. Incluso, se puede asumir, un posible tratado secreto entre peruanos y
alemanes, pues la afinidad entre gobiernos, no era ningún secreto, cabe
destacar que el Perú abastecía de caucho a los países del eje.
Se instalaron a 17 Kilómetros de Sunchubamba,
increíblemente en sólo ocho días cercaron sesenta y ocho hectáreas con alambre
de púa, estupenda preparación la de esos soldados, capaces de pasar hambre,
sed, frío y agotarse al máximo por su líder y sus ideales.
Hablemos algo sobre führer. Éste, odiado personaje,
a quien se le atribuye de llevar a la humanidad a una guerra cruenta y salvaje,
cuyo costo fue la pérdida de vidas de millones de seres inocentes, y de
exterminar a más de seis millones de judíos en los nefastos campos de
concentración. Escapó del comandante ruso Polevoi y de su grupo de comandos
gracias a la audacia del general Krebs y Burgdorf, quienes sacrificaron sus
vidas por la de su führer, los cuerpos quemados y mutilados que fueron
encontrados en los jardines de la cancillería, no pertenecían ni Adolfo Hitler
ni su amada esposa Eva Braun, eran los restos de un par de dementes sacados del
manicomio de Berlín. El líder Nazi y su esposa, escaparon por el aeropuerto de
Tempelhof, en el último vuelo disponible, pues los rusos habían tomado ya el
70% de la capital alemana. Su despegue, fue espectacular, pues lo hizo en medio
de una lluvia de balas y tiros de mortero.
Huyó hacia los Alpes Bávaros, lugar todavía seguro
y en poder de las fuerzas del Wehrmacht. En un principio, pensó continuar con
la lucha; pero pronto se dio cuenta que todo había concluido y que toda
resistencia era ya inútil. Delegó plenos poderes al Almirante Karl Döenitz y
con esto dio por concluido su función de guía y jefe. Sólo bastaba mirarlo para
entender, que era un hombre derrotado, de él se fueron los grandes dotes de
orador y líder, ya no tenía los constantes ataques de histeria, hablaba
bajamente, paseaba de un lugar a otro cabizbajo y meditabundo, balbuceaba
incoherencias, a media voz se le escuchó decir: “Que la guerra se perdió por
constantes traiciones y que Alemania había demostrado ser débil y por lo tanto
debería desaparecer”.
Estuvo casi un mes por ese frío territorio, luego
ese lugar se tornó inseguro. Entonces, decidió por salir a otros rumbos, a
dominios del imperio japonés, para luego sin ninguna alternativa viajar al
Perú.
En este país, como seguimos relatando. Se
estableció cerca de Sunchubamba; un poblado cajamarquino. En un principio, para
el führer, le fue desagradable, pero conforme fueron pasando los meses, lo iba
aceptando con agrado.
Cuando el führer y sus seguidores llegaron al Perú,
vestían de civil, pero ya en las alturas regresaron al uniforme militar.
Hitler, lucía siempre impecable, no dejó de lado el brazalete donde estaba
simbolizada la cruz esvástica, había bajado considerablemente de peso y seguía
recibiendo de su doctor, un tratamiento para rehabilitar su semi paralizado
brazo derecho, triste recuerdo de la bomba dejada por el coronel Von
Stauffenberg, en el atentado del 20 de julio de 1944. Pronto, “La fortaleza
Sunchubamba” -como así la llamaban los campesinos- fue organizada política y
militarmente. Los refugiados, aprendieron costumbres de la zona. Primero,
empezaron a sembrar papa, instruidos por gente oriunda del lugar. En ningún
momento su comportamiento fue reprochable, todo, por el contrario; en lo posible,
trataban de ayudar y colaborar con los sunchubambinos. La fortaleza, se tomaba
inexpugnable. Vigilaban permanentemente su acceso cuatro fornidos miembros de
la SS bien armados, ¿De dónde consiguieron las armas? La fuente tampoco lo
supo, pero constantemente un porta tropas del ejército llegaba al lugar con
alimentos y otros artículos de primera necesidad. Hitler se instaló en el
primero de los dieciséis pabellones, y siempre lo escoltaban como sus fieles
miembros de las Juventudes Hitlerianas. Poco se le veía asomarse al patio y
cuando se mostraba se ponía al frente para recibir los honores de su tropa.
Conversaba muy escasamente, pareciese que sólo esperaba la hora de su muerte, y
alguna vez dijo a un miembro de su guardia personal, que asumía su responsabilidad
por las atrocidades de la guerra; pero no todo lo que contaban los aliados, era
cierto.
«Frank, yo propuse a los aliados un tratado de paz
y si ellos hubieran tenido el más mínimo de intenciones y ánimos de negociar,
aun todos viviríamos en hermandad. Se lo demostré a los ingleses en las playas
de Dunkerque. Tenía a su ejército a mi merced, y hubiera bastado una sola orden
mía, para que mis panzer los aniquilen; pero yo no lo quise así; confiaba en
arreglar pacíficamente con los británicos; pero de nada sirvió, ellos sólo
querían la guerra».
Frank Otto Schonner, fue miembro de las Juventudes
Hitlerianas, de tan solo 19 años, integraba la guardia personal de Hitler desde
la cancillería en Berlín, dispuesto a entregar su vida a cambio a la de su führer.
Fugó con él y el resto del grupo, y estuvo en Sunchubamba hasta la muerte de
Hitler, por su carisma y buen ánimo, se ganó la confianza del führer. Hasta que
lo hizo su preferido.
«Al año de haber llegado al Perú, y sin ni siquiera
habérmelo imaginado, alguna vez. Me convertí en el ayudante incondicional de mi
führer, confiaba plenamente en mí; a pesar, del clima hostil que habían creado
los que se consideraban con más derechos que yo… a su amistad. No me importó
seguir siendo su fiel compañero, él ya no reunía con los jerarcas
nacionalistas, ni con los militares; estaba decepcionado de todos ellos,
desconfiaba hasta de su sombra».
—Frank.
—¿Sí, Mein führer?
—Soy un hombre acabado, soy un hombre derrotado,
escogí seguir viviendo por que la muerte era un premio para mí, lo asumo Frank,
lo asumo… Todos estos ratos amargos, todos estos días de recuerdos sumergidos
en las sombras de las muertes que causé, consume mi vida.
—Mein führer, no se sienta culpable, si invadimos
Polonia, si peleamos contra los británicos, americanos, franceses, rusos, fue
por nuestra seguridad, pues como usted dijo, se les propuso a los aliados un
acuerdo de paz.
—Mi buen Frank, llevé al mundo a su destrucción,
exterminé seres inocentes, llevé a la ruina a mi gran Alemania, definitivamente
no hay perdón para mí, a cuantos hogares les amargue su existencia, a cuantos
niños les dejé sin padres, a cuántos padres les dejé sin hijos, arrasé con
pueblos enteros, la historia me conocerá como el hombre más nefasto de la
tierra, como el más odiado, como el más criminal, como el más inhumano; desde
que murió mi amada Eva, entendí que lo más preciado de todo ser es la vida y la
paz, demasiado tarde Frank, mi destino está escrito, me vestiré de angustia,
trataré de pagar mis culpas, aunque sé que no lo haría ni en mil años de
existencia. Estoy seguro, que viviré poco tiempo y el tiempo que lo haga miraré
hacia atrás, recordando la sangre, dolor y muerte que causé, sólo así buscaré
el perdón de la humanidad. Frank, ya no tengo nada que ofrecerte, ya todo a
acabado.
—Mein führer, a nadie nos impusieron
seguirlo, todos los que estamos aquí vinimos por nuestra propia voluntad,
queremos verlo como antes, queremos que nos guíe, quizás se cometieron errores,
todo el mundo lo hace, los aliados también deben vidas inocentes, Dresde,
Hiroshima, Nagasaki, Colonia, y lo que es peor ellos inventaron la bomba para
acabar con la humanidad. Toda guerra es cruel Mein führer, yo sé que el tiempo
me dará la razón, creo en usted y lo seguiré para siempre, es más, daría mi
vida por usted.
—Nada de eso Frank, aquellos campesinos que cruzan el
frente de la hacienda, valen más que yo, no los ves cómo sonríen, como van a su
trabajo felices porque saben que el dinero que obtendrán se lo llevarán a sus
hogares, a pesar de sus pobrezas y limitaciones esta gente ama, ríe, y sobre
todo vive en paz, la cuarta parte de uno de ellos vale más que yo.
—Mein führer, no se siga martirizando.
—Lo haré Frank, lo haré.
Había un hecho que estaba del todo claro, y se
acerca del paradero de Eva Braun, y se sabía por Frank que ambos, el Führer y
ella, llegaron a los Alpes Bávaros; pero repentinamente ella falleció, se
comentó acerca de un suicidio, pues a Eva se le veía muy abatida, poco se habló
de ello, lo que sí se sabe es que el führer casi enloquece y que más de una vez
quiso auto eliminarse, sus seguidores lo detuvieron pues pensaban en seguir la
guerra desde allí y que el único conductor para ese propósito era Hitler.
En junio de 1952, algo alteró la tranquilidad de la
hacienda, el viejo cocinero Hans Steiner, había muerto, un infarto al corazón
cegó su vida. Amigo de todos y enemigo de nadie, se fue el viejo Hans.
Los aislados se habían familiarizado un poco más
con la gente del lugar, de los 123 iniciales, nueve murieron por diferentes
causas naturales, cuarenta y siete se fueron voluntariamente o establecieron
sus hogares en otros lugares, pero todavía existían los incondicionales del
führer. Como Frank, que fiel amigo, lo seguía desde muy cerca.
—Mein Führer, hay una dama a dos kilómetros de la
hacienda que ofrece sus servicios de cocina, ella sabe de nuestros gustos, pues
allí vamos los días de licencia.
—Frank, sabes que en esta hacienda no se aceptan
mujeres.
—Mein führer, la gente no se abastece, las tareas
agrícolas se han vuelto más exigentes, y ya no hay quien cocine, Günter fugó
con una campesina el día de ayer.
—Todos me abandonan Frank, lo hizo Hess, me
traicionó Himmler, lo quiso hacer Goering; Günter lo hace con toda la razón del
mundo.
—Mein Führer, la dama a la que me refiero, es mi
novia, y si no la traigo a la hacienda a trabajar, sus padres la llevaran a la
costa, ayúdeme Mein führer, se lo pido de corazón.
—¡Oh mi buen Frank, no sabes el gusto que me da; ve
corriendo y tráela, ¡es bienvenida!
Rosa Quiliche, tenía tan sólo 18 años, su edad no
fue obstáculo alguno para estar al lado de su amado Frank. El amor a él, fue
más grande que el peor de los sacrificios, pero había otra sorpresa. Rosa,
estaba de tres meses de embarazo, ni ella misma lo sabía, se convirtió en
preferida del médico austriaco Hendric; ya que el control de embarazo, lo
llevaba a la perfección.
De las tres paradas militares que hacían a la
semana, se redujo a una. En su totalidad, se había dejado el uniforme militar.
Hitler, usaba saco y corbata, y a pesar de su edad, lucía canoso y con un buen
semblante. Había recuperado peso y su andar era más ligero. Escribía ya con la
mano izquierda y tosía constantemente, pues se levantaba muy temprano y
caminaba en medio de la humedad serrana. Uno de sus pasatiempos preferido, era:
la acuarela, con que pasaba las tardes encerrado en su habitación. Pero los
años pasan y pasan y nadie los detiene. Adolf Hitler, uno de los hombres que
tuvo gran poder en el mundo, y, que ahora vive sus últimos días en medio de la
serranía peruana, era ya un anciano.
Lunes 14 de mayo de 1951, hubo alboroto en la
hacienda, una niña acababa de nacer, el fornido Frank y la andina Rosa
irradiaban felicidad, es el regalo divino que Dios les dio, al segundo día del
nacimiento llevaron a su niña ante el führer. Él se encontraba dormido, ya que
una afección estomacal lo había enfermado, con esfuerzo se puso de pie y dijo:
—Mi buen Frank, mi incondicional, mi leal, me das
la felicidad que hace años busco y no la encuentro, permíteme alzar esta dulce
niña, permíteme besar este ser inocente, cuídala Frank, ámala, ella es el ser
más preciado de ustedes, ofrézcanle lo mejor, trabajen mucho para que a ella no
le falte nada. Ahora soy yo el que te pide un favor de todo corazón.
—Lo que usted diga Mein führer.
—Dale a este angelito, el nombre de mi amada Eva.
—Así lo haré Mein führer.
Transcurrieron desde el nacimiento tres meses,
otros dieciséis refugiados fugaron de la fortaleza, el führer había perdido
liderazgo, tampoco le interesaba recuperarlo, pasaba sus días encerrado y
cuando salía, lo hacía solamente para ir al pabellón donde vivía Frank y su
familia, alzaba a la niña, reía con ella, cuando estaba con ellos se salía de
su rígida dieta. Su final estaba cerca.
Domingo 9 de julio de 1953, de los 123 seguidores
iniciales del führer, sólo quedaban 31. Hoy no era un día cualquiera, Hitler
había muerto y con ello se fue el triste y horroroso ser que alguna vez existió
en la humanidad, ocasionando llantos, tristezas, lágrimas, miseria, destrucción
y todo lo malo que el peor de las bestias puede dejar a los hogares.
Ese día, se vio por última vez una parada militar,
había lágrimas y mucha tristeza entre los presentes, sea lo que hubiera sido,
pero para ese grupo de personas, era su líder, era su jefe, era su guía. Esta
vez, su cuerpo, si fue incinerado y esparcido por los aires sunchubambinos.
La mayoría de los refugiados que aún permanecían al
Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán,
regresaron a Europa. Otros construyeron sus hogares en las serranías peruanas.
Frank se convirtió en un próspero comerciante, hasta que, la terrible leucemia,
acabó con su vida el año 1977.
El año 1985, conocí a Eva Schonner Quiliche, desde
un principio supe, por sus rasgos físicos, que sus antepasados eran extranjeros.
Ella me lo confirmó, no sin antes, contarme toda esta historia, real o
imaginada; al fin y al cabo, me la contó. También me mostró una foto tomada en
1952, en lo que era la Fortaleza Sunchubamba y en donde están posando, su padre
Frank Schonner, junto al hombre más sanguinario de todos los tiempos, Adolf
Hitler.
Mauricio Lozano