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jueves, 15 de noviembre de 2018

EL AHOGADO


Por las noches, a las doce, pena por las compuertas en las acequias anchas que bajan del río Chicama. Los regadores con sus linternas los buscan y no dan con el ahogado, dicen que grita fuerte, cuando está lejos y grita despacio cuando está cerca, que cuando atrapa a los muchachos que se bañan en la acequia, los come y lo bota a pedazos. Es alma en pena dicen…

Una noche, gritaba el ahogado, era un muchacho que se había ahogado cuando se bañaba, el barro o lodo lo había atrapado, no lo dejó salir y se hundió para siempre y el alma pena. Otro día, salió un bulto por las compuertas y lloraba y seguía, y no dejaba pasar a los regadores. Le echaron agua bendita, le hicieron su rosario, para el alma en pena. El mal cambió, no penaba.
Por eso, los antiguos, dice que el ahogado es ahora en pena, muerto sin bendición, de allí que pena, pide ayuda, muchos no lo comprenden.

Otra noche a luz de luna regresaba de su chacra Don Nicanor, por la senda entre los cañaverales y entre el silencio de la noche, el sonido del viento, de la fresca hierba y el grito de los grillos de pronto hubo un silencio total; cuando de repente Don Nicanor pudo escuchar el grito desesperante de este ente que lo atormentaba y le hizo entrar en pánico entonces él corrió hacia una acequia más cercana porque muchos dicen que este ser le teme al agua y Don Nicanor sabia de este secreto y fue corriendo a toda velocidad donde la acequia más cercana para zambullirse en sus aguas, dejando caer sus herramientas en plena huida, El ahogado empezó a seguirlo y al verlo sumergido en las aguas tomando forma humana al borde de la acequia le dijo "Amigo he venido a ayudarte no me tengas miedo que no te hare nada" Don Nicanor que sabía bien lo que este ser era no le hizo caso y siguió sumergido en las aguas como si fuera su protección; Al caer la noche fue viendo como este ser iba alejándose y desapareciéndose entre las nieblas del nuevo día.

Cuando ya estaba seguro que el peligro había pasado fue de regreso a su casa acordándose de sus herramientas con las que venía y fue por la calle de costumbre cuando de pronto vio que sus objetos habían sido despedazados con ira por esta entidad.



Anónimo

domingo, 9 de agosto de 2015

LAS BRUJAS DE ASCOPE



El Distrito de Ascope es conocido también por sus leyendas que ahí se cuentan, ya que es una de los poblados más antiguos del Valle de Chicama. Que, entre sus viejas calles adornadas con sus casonas de una arquitectura colonial, dejan todavía a la vista, la magnificencia y el resplandor de uno de los pueblos más bellos del pasado liberteño.  Los pobladores de Ascope siempre estuvieron expuestos a unos singulares hechos guardados en las memorias de los más ancianos y, muchos secretos entre sus calles se cuidan celosamente y, principalmente en sus pampas, vigiladas por el cerro “Cuculicote”. Ya que, en aquel lugar, se relatan todavía aun, mitos y leyendas, a aquellos quienes la visitan, y que dan más misticismo a estas tierras.
En “Cuculicote” se revelan hasta ahora acontecimientos paranormales, que en entre sus rocosas pendientes, se divisan todavía aun, algún u otro ser, salido del mas abismal averno. He incluso, se rumorea, que en “Cuculicote” hay una puerta que llega hasta el mismísimo infierno.
Las historias que presentaremos a continuación, son relatos de personas naturales de este pueblo, que les contaron a sus hijos y pasando luego por sus nietos. Los nombres fueron cambiados para mantener el anonimato de las personas involucradas. Estos hechos que brindaremos a continuación; sustenta más, que este lugar está provisto de misticismo fantástico, y mucho más por aquellos acontecimientos paranormales guardados en la memoria por los pobladores de este mágico lugar, de este “León dormido”; de esta tierra llena de “leyenda y cortesía”.

Un día del año de 1998, sucedió este extraño evento…

Una fría mañana del mes de agosto de aquel año; doña Nora una humilde mujer natural de Ascope. Iba de camino a buscar forraje para sus animales de corral. Esta señora natural de este pueblo, que vivía con sus dos pequeños hijos en una pequeña casa en la calle Progreso, muy cerca de la acequia que por muchos años los pobladores veían recorrer sus aguas, y que pasa por debajo de la calle en canales ocultos de esta avenida principal.
La costumbre de esta mujer, siempre era salir muy temprano para ir donde el pasto para sus animales, que, con saco y hoz, se dirigía por el camino de tierra al borde de la acequia que lo lleva al final de la calle Progreso y que, tras unos viejos algarrobos, se habría un frondoso monte rodeado por cultivos de maíz y otras clases de sembríos. En aquel lugar muy apartado de la urbe, yace una antigua plantación de árboles de eucalipto y donde nacen en medio de un campo unos helechos, que están rodeados por todo tipo de forraje que sirve de alimento para los animales de corral.
La última casa que se ve desde ese lugar, se divisa a muy lejos y solo el viento sopla ahuyentado el polvo que se guarda entre las tierras de algunos espinos y algarrobos que ahí habitan. La madre, coge su hoz y va cortando pedazos de hiervas dulces que son muy agradables para estos animales; ella dirige la vista entre la maleza, buscando y recogiendo acompañado por sus dos pequeños niños.
Cuando de repente, algo llama su atención. Escucha unos ladridos, pero no eran ladridos perros, eran como entre una mescla de aullido y ladrido. La madre temerosa de lo que puede ser, dirige su mirada hacia donde se originaban tales espantosos sonidos. Nunca imagino lo que diviso en ese instante. Vio un animal completamente negro y muy parecido a una grulla gigante, una gran ave, que daba esos horrorosos aullidos mesclados con ladridos. Cuando el horrendo mostró se dio cuenta, que esta mujer lo estaba viendo. Dirigió su vista hacia ella, con unos ojos llenos de furia y locura, y sin vacilar, arremetió contra ella y sus dos hijos. Cogiendo a uno de ellos con sus garras de una de sus piernas. La aguerrida madre, peleo duramente con aquel espantoso animal, que agredía la cabeza de ella, con feroces picotazos, y con sus grandes alas.
Al ver esta luchadora señora que aquella espantosa bestia se empeñaba a arrebatarle, unos de sus niños. Se armó de valentía y agarro una pierna de aquel terrorífico animal y le hundió la punta de la hoz que tenía en la mano, le hundió en la garra derecha que trataba de arrebatare su pequeño hijo. Para ventura de ella, la bestia, al sentir el filo de la hoz, salió despavorida de aquel lugar, abriendo sus negras alas y alzándose en veloz vuelo hacia el cielo.
Cuando todo regreso a la normalidad, y ya está grande dama respiraba viendo alejarse a aquella anormal bestia. La madre huyo también de este maldito lugar muy alejado del poblado. Tras caminar de la mano en paso veloz con sus hijos. Iba recopilando imágenes de su encuentro con la inexplicable aparición de este infernal ser, y mientras iba de regreso a su casa ya pasando el campo y ya estando por la calle Progreso. Algo empezó a atormentar su mente. Al recordar la mirada de aquel aterrador ser; al recordar las fijas pupilas de los ojos, que, teñidos con rojo sangre, y que la miraban llenos de odio y maldad. Su mente comenzó a divagar, mientras corría hacia su casa con sus hijos. Y es que la mirada de aquella endemoniada ave, eran tan humana y malvada a la vez, que esta valeros mujer, no podrá olvidar nunca. Ya estando en su casa, fue asistida por una de sus vecinas que al verla de lejos llegar corriendo muy asustada, la pregunto qué le había pasado. Dando esta su única respuesta: “Vecina, me encontré en el campo con una bruja”.

Otro evento similar muy contado por los pobladores de Ascope…

Una mañana del año de 1983, donde tormentosas lluvias aparecieron en el cielo. Dos policías salían de la comisaria en diligencia a hacia una de las casas, que queda en una de las pendientes rocosas del pueblo de Ascope. A donde van ellos, vive poca gente en esa zona; ya que al parecer es muy accidentada, pero las personas que se atrevieron a invadir y construir algunas casas de adobe y quincha. A punta de pico y pala, tallaron las grandes piedras que sirven de base para sus casas.
La mañana despertó fría y gris. La niebla de la madrugada todavía no se había disipado, aun, y más por los rayos de sol que no se hacían presentes todavía. La gente de esos tiempos, sufría de una epidemia veraniega de gripes, que siempre llevaba a alguna complicación o males relacionados con el aparato respiratorio.
La gente de esos años, era muy poca conocedora de las cosas modernas y, vivían en su mayoría, en una ignorancia, una ignorancia muy ajena de las personas de estos tiempos.
 Exactamente, las razones se desconocen, de por qué los policías emprendieron camino hacia aquella tan apartada casa de esta fémina, muy arriba del cerro, muy cerca del mirador ascopano. Pero si se sabe, que, aquella mujer; estaba acusada de ser cómplice de un asesinato, y fue llamada a la delegación para que conteste algunas preguntas de dicho crimen. Pese al aviso notificado, nunca se atrevió a dar su testimonio.
 De esta misteriosa mujer, solo se sabía que vivía sola, y que la veían bajar la pendiente hacia plaza, y que solía frecuentar algunos bares del lugar en las noches. Esta solitaria dama, que tenía el oficio de curandera. Las malas lenguas decían que:
“Tenía un pacto con el diablo”. Y en noches de luna, hechizaba a los hombres para que le cumplan todos sus caprichos, incluso, haciendo que maten, en nombre de ella, para fortalecer más su pacto con el rey del averno. Muchas mujeres acudían a ella también en busca de alguna solución, para que sus esposos no caigan en la seducción de otras mozas. Haciendo que las parejas queden completamente unidas por sus actos de hechicería.
Volviendo al relato de los policías. Se cuenta que cuando llegaron hacia la casa en busca de aquella extraña dama, supuesta-mente cómplice de aquel crimen, que tiene como tema actos de infidelidad. Los agentes, quedaron consternados, cuando vieron solo salir de la parte posterior de aquella rustica casa en la pendiente de un cerro; a un gran ganso negro que habría las alas y emprendía vuelo en un espanto total de aquellos hombres, que sin bacilar mucho, le dieron un tiro de revolver. Después, divisaron que se apartaba muy lejos en vuelo, pero poco a poco caía en picada hacia unas pampas muy cerca de unos campos de maíz. Cuando fueron a buscarla corriendo por entre las plantaciones de maíz, llegaron a unos rastros de sangre. Ellos, siguiendo esos rastros de bermeja sangre que se secaba rápidamente en la tierra. Llegaron a una parte del campo, donde divisaron a una mujer que iba cojeando desnuda con una herida en pierna de donde le brotaba espesa sangre, al percatarse ellos que era ala que estaban buscando, quedaron consternados cuando de pronto callo herida en el suelo para después desvanecerse en una bruma de polvo.

Otro caso que fue divulgado en este pueblo y que dejo consternado por mucho tiempo…

Hubo un tiempo, que los rocosos cerros de Ascope, eran frecuentados por curanderos y chamanes de la región, para llevar a cabo sus rituales y mesadas. Y alguna otra ofrenda a la madre tierra. Siempre se les podía ver adentrase por las empinas calles hasta llegar a la falda de los cerros. La gente los veía llegar, casi a al anochecer, para después de las doce, ir a pie a los lugares donde podían hacer sus ritos entre la penumbra, tan solo alumbrados por alguna fogata. Los pobladores del lugar, decían que se podían ver sus fogatas desde muy lejos en la noche y siempre era frecuente verlos los viernes o martes de la tercera semana, especialmente en luna llena.
Aconteció un día, donde uno de ellos se instaló a las faldas de uno de estos cerros para vivir ahí, llegando a construir una pequeña casa en una pendiente rocosa. Aquel hombre se dedicaba a la curandería principalmente y, en poco tiempo, pudo hacerse conocido por los lugareños.
Este hombre era de carácter recio y fuerte, tenía una mirada penetrante que se divisaba entre unas frondosas cejas. Algunos decían que aquel personaje había venido desde la parte norte de Piura, y que sus anteriores trabajos, los había hecho en las lagunas de las Huaringas. Este hombre, rápidamente se había hecho conocido en Ascope, por ser muy hábil curando a la gente, que llegaban de distintas partes del Valle de Chicama a visitarlo y, poco a poco iba ampliando su fama de santero.
Llego un día donde escucho él, que algunos de los chamanes y medicastros de la zona, sentían celos de cómo la gente siempre acudía a él para sacarlos de sus maldiciones o curarlos de algunas dolencias espirituales. Y una noche después de hacer un ritual de sanación, cuando baja por la empina de un cerro. Diviso que alguien venia hacia él que, desde lejos, tenía la silueta de una mujer. Cuando ya estando cerca, sintió que el cuerpo se le paralizo sin que le respondieran las extremidades, y un frio intenso sintió que se adentraba en sus huesos. Rápidamente, sacando fuerzas de toda la experiencia que tenía, repelió a aquel ser con una oración que ahuyentaba a esta clase de entes siniestros. Cuando de repente, vio claramente que este engendro, era una nigromántica mujer, era una bruja, pero de las practicantes de magia negra. Que, al término de la oración, desapareció entre la penumbra de la noche.
Él nunca se había enfrentado a esta clase de entes, y aquella noche pudo con aquello. Desde ese día, siempre andaba precavido para cualquier cosa que quiera atentar con su vida, y más con su alma.
Pero maldad sentía que lo seguía por entre las calles ascopanas, y en las noches había una clara presencia de que alguien rondaba su casa.
Una tarde cuando iba a ser un trabajo de curandería, se le acerco una mujer para preguntarle sobre una dirección, cuando de repente, vio que saco un polvo de lo más extraño y le soplo en el rostro, dejándolo completamente ciego. Pasaron los días y con los conocimientos que tenia de curandería, hizo que la ciegues de sus ojos desapareciera. Durante un tiempo comenzó a ser víctima de aquella mujer, que sentía celos de su fama, y de algún modo, él siempre salía de los males a que aquella bruja lo sometía.
Cansado de ser víctima de aquello, fue donde unos amigos que eran practicantes de chamaneria y que había veces, en que lo ayudaban a hacer algunos trabajos, y en este caso en especial, deseaba que lo apoyaran a afrontar a esta malvada hechicera.
Una noche de viernes, cuando se estaba realizando una fiesta patronal en el pueblo de Ascope. Arriba en los cerros, un ritual se estaba realizando, un ritual de los mas grande que se había hecho. Dos chamanes y aquel curandero, cada uno portando una cruz de acero en un mano y extendió en el suelo en una manta color rojo, una mesada provisto de amuletos, sahumerios, calaveras y frascos con sustancias de mesclas de alcohol con hiervas.  Se pasaban un vaso con una bebida alucinógena a base de “San Pedro”, mientras lanzaban canticos y oraciones al oscuro firmamento alumbrados solos por una fogata. De pronto en el negruzco cielo, aprecio una bestia alada en forma de gallinazo. Negra como la noche misma, negra como las almas de los condenados al infierno. Aquel animal, rápidamente agarro con sus garras al curandero y lo alzo cuatro metros al cielo. Sus amigos los chamanes, que aterrorizado; sacaron valor y empezaron a gritar cantos y a rociar con sus bocas agua bendita que siempre llevaban entre sus ropas.
La infernal bestia, batía las alas mientras tomada con las garras los hombros de este hombre. De repente el hombre que estaba tomado, le hunde el crucifico de acero en una de sus patas, haciéndola caer con el peso de él mismo.
La endemoniada bruja cayo, y los chamanes sin descanso le rociaban agua bendita, hasta que delante de ellos tomo la forma de la mujer que era. Rápidamente el curandero, le dio de comer sus heces cuando los chamanes la tomaban de los brazos y mientras le hacía esto, le decía: “Así que me querías matar maldita bruja, ahora tú te iras al infierno”.
Al amanecer, los vecinos se alertaron que un olor a muerte se expedía de una de las casas del centro ascopano. Cuando al llegar la policía, y lograr tumbar la puerta, yacía en medio de la sala, una mujer desnuda, completamente muerta de varios días.

Mauricio Lozano


martes, 16 de junio de 2015

EL DIABLO Y SAN BARTOLO



A la salida de Ascope, camino a Facalá, hay un cerro denominado San Bartolo, cerca de la laguna llamada Atahualpa, antiguamente llamada “El Pozo”. En ese cerro, como en la piedra que hay en el camino a Samne, hay un piedron que tiene una huella; parece fósil de un pié humano completo con todo y dedos. Esta piedra da la impresión de haber pertenecido a alguna persona que hubiese caído de un salto, no muy seguro, en forma que solo pudo pisar y llegar en una sola de sus plantas.


En torno de este curioso fenómeno, la imaginación popular ha tejido una leyenda graciosa, que debe ser muy antigua; porque los más viejos dicen que existía desde mucho  años antes, aquella leyenda que afirmar varias personas del lugar.


De las diferentes versiones que se cuentan en Ascope, me veo en potestad de contar esta, que  a mi parecer es la más completa y original.
  
Parece que hace muchos, pero muchísimos años; San Bartolomé anduvo por el valle, no se sabe con certeza ni con qué  fines y como era de esperarse se encontró con  el Diablo,  que comenzó a tentarlo de mil maneras. Llegaron sin duda a ser muy buenos enemigos “Por decirlo así”, aunque desconfiado siempre él, pero   recíprocamente  un poco camarada del singular amo de las tinieblas. Ellos se entretenían en apostar a las carreras,  y también jugar al salto y  que  de saber qué otras cosas. Los rivales competían constantemente, tanto que el ángel caído  desafiaba a san Bartolomé, con pruebas de las más astutas y complicadas; para que él cornudo  se vea más favorable. Él astuto Diablo tenía mayor precisión  que un águila al volar y tenía más agilidad al  correr como  una veloz liebre, pero San Bartolo no se amilanó y siempre estaba dispuesto para cualquier prueba.


Un día, el Rabudo, cansado de estos ajetreos, y deseando acabar con el Santo, que no le dejaba con libertad sus diabluras; propuso una carrera definitiva, quedando San Bartolo, que  si perdía, estaba condenado a registrar  almas para que vayan a atizar hogueras en el infierno. Partieron de Gazñape en una especie de Maratón formidable,  pero en  la casa-hacienda de ese lugar se cansó de correr el santo y dio tal brinco que cayó, aunque resbalando y con peligro, como aparece en la huella, en el lugar que desde entonces, sin duda,  como recuerdo de la hazaña, lleva tan místico y deportivo nombre “El salto de San Bartolo”.


El Diablo se quedó perplejo por tal hazaña del Santo y quiso igualarlo, pero, no obstante que su salto fue considerable, no tomó  la viada necesaria y cayéndose al río, se ahogó.... Todavía en la piedra está la huella olímpica del triunfo del Santo y cuando del río se enfurece, no falta quien vea, agitándose, la cola del Diablo.


De Gazñape a San Bartolo hay siete kilómetros, lo que no es bicoca tratándose de un salto aunque sea de un huésped de San Pedro. Parece, además que desde que el Diablo se cayó al río no ha podido salir de él y se entretiene, agitándolo unas veces, y otras, influyendo en los hacendados para que hagan por él sus diabluras con las aguas de regadío.


Anonimo

miércoles, 22 de abril de 2015

LOS FAROS DE MOCÁN


En el poblado de Mocan, muy lejos de los terrenos agrícolas, hay un monte grande con espinos y tierra seca muy caliente por el sol. Pero por las noches, puedes divisar desde ahí en una parte alta del campo, más allá; bien adentro; muy lejos de las casas campestres. Una invasión de luciérnagas, que dan la sensación de estar rodeado de luces fantásticas, como farolas de navidad color blanco y amarillo. Y si vas a ese lugar en el día, verás un bosque de higuerones, y encontrarás un hermoso lugar, lleno de vejetación y animales silvestres de la zona.
En las  noches desde aquella parte alta del monte, podrás ver una pequeña luz que  irá  creciendo poco a poco. Cuando está muy grande, se apaga y nuevamente comienza a crecer. Los lugareños cuentan una historia, que precisamente ocurrió ahí hace mucho tiempo y que dan referencia al origen de aquellos faros, que se logran divisar en la noche, en aquel lugar alto del campo.
Los viejos pobladores de Mocan. Cuentan que hace mucho tiempo, cuando todavía la gente de este poblado vivía más de la tierra y en mayoría eran agricultores. Dos bandoleros, llegaron a   asaltar una pequeña iglesia donde se guardaban celosamente unos  mantos de oro, y  joyas  de una imagen  de la Virgen María.
Los ladrones se ocultaron en los montes más allá de los terrenos de siembra. Se adentraron por los campos donde habitan los higuerones, para poder esconder el botín y ocultarse de la policía de la época.
Cuando ya estuvieron muy adentro. Se separaron para despistar a los agentes. Y más aún cuando uno de ellos cayó mal herido, por los enfrentamientos con los guardias.

Los policías, después de seguir muy adentro del monte a los malhechores, llegaron a un sendero donde dieron con sus rastros, y en las huellas que habían dejado, los bandidos; se divisaba, que, decidieron separarse, y que cada uno tome un camino distinto con una parte del botín.
El atesorado cargamento que tenían en su poder. Estaba repartido en las alforjas de seis burros. Y antes de que cada uno de ellos tomara un camino distinto, se repartieron el botín en partes iguales. El ladrón que no estaba herido y que había sido el autor intelectual del atraco, se quedó con tres burros y el que estaba con herida de bala en la pierna, se quedó con los tres mas que le pertenecían por derecho.
La suerte no le fue favorable al que tenía la herida en la pierna; ya que cuando más se refugiaba por aquellos montes, su vida parecía que llegaba a su final, y así fue en el transcurso de los días. Lo curioso es que, nunca encontraron a las tres bestias que tenía el oro en sus alforjas.
El otro malhechor, se internó más, y mas adentro, por entre los bosques de lo higuerones. Para no ser aprendido por lo policías. Cuando de repente por el cansancio, uno de sus burros muere. Pero él quiso seguir, poniendo el peso del burro muerto, en el de uno vivo. Tanto fue el peso que cargo en el otro animal, y más con el peso que ya tenía el pobre encima. Cayó muerto al segundo día.
Ahora tan solo con dos asno siguió su camino, pero  un día amaneció muerto frente a él, un segundo burro. Las cosas se le tornaron más difíciles con un segundo burro muerto, y vio que no podían seguir poniendo más peso en el animal que le quedaba. Sin burros y con tanto peso por seguir cargando. Prefirió por hacer un pozo muy hondo y enterró parte del botín. El forajido trato de seguir, con una pequeña parte deambulando por el campo. Se aventuró a vivir solo, siendo prófugo de la justicia, escondiéndose por entre las cuevas de los cerros y entre los bosques de los higuerones.
Pero se cuenta que este hombre, fue encontrado una tarde por la policía finalmente. Ya acorralado se enfrentó a los guardias, pero uno de los oficiales, logró darle, y finalmente, dieron muerte al malhechor. Desde entonces, se dice que esa luz que crece y desaparece, es el alma de este hombre que no pudo disfrutar de su robo.

Mauricio Lozano



martes, 9 de diciembre de 2014

El TESORO DEL CERRO CUCULICOTE

En el noroeste de Ascope, donde la tierra se abre en quebradas angostas y los cerros se levantan como guardianes de un secreto, se encuentra el Cuculicote. No es un paraje cualquiera: su geografía laberíntica, de vericuetos que parecen diseñados por manos invisibles, ha sido desde tiempos antiguos un escenario propicio para ocultaciones y sorpresas. Los pobladores, herederos de una memoria que se transmite en susurros junto al fogón, aseguran que en ciertas noches de luna, cuando las fuerzas del universo trastocan el pulso de la tierra, allí se abre un portal. Un umbral oscuro, donde lo humano roza lo infernal, y donde los espíritus de otro mundo se asoman con recelo.

Los antiguos ascopanos, hombres curtidos por el sol y la faena, temían aventurarse por esos senderos. Decían que no eran simples caminos, sino trampas vivientes, guaridas de ladrones y refugio de seres extraños. Y sin embargo, la fama del Cuculicote creció, alimentada por relatos de viejos bandoleros que, además de desafiar a la justicia, parecían lidiar con fuerzas desconocidas que habitaban en las entrañas de la quebrada.

 La época colonial y el palenque de los bandoleros

En los días coloniales, cuando el oro y la plata circulaban como sangre por las venas del imperio, un grupo de audaces amigos de lo ajeno estableció allí su palenque. Era su guarida, su fortaleza, su territorio exclusivo. En ese escondrijo, cuentan, enterraron sumas fabulosas: cofres repletos de monedas, joyas y reliquias que nunca llegaron a manos de la Corona.

La noticia del tapado —ese tesoro oculto bajo tierra— se propagó como un murmullo irresistible. Se dice que un soldado echeniquista, herido en la época de la revolución de Castilla, llegó a Ascope buscando alivio. Fue recibido por Don José Mercedes Tello, hombre de buen corazón, quien lo atendió con generosidad. En agradecimiento, el soldado le entregó un derrotero, un mapa secreto, y le mostró algunas monedas coloniales que ya había encontrado en el Cuculicote.

 La fiebre de la búsqueda

Desde entonces, la quebrada se convirtió en escenario de febril esperanza. Don José Mercedes Tello organizó cuadrillas de hombres que, con discreción, se internaban en el Cuculicote, husmeando entre piedras y matorrales. Pero el tesoro se resistió. Tras él vinieron otros: Don Ambrosio Dávila, Don José María Saldaña y Don José Padilla. Todos fracasaron. El “Sésamo” nunca se abrió.

¿Se burló el soldado con su historia? ¿O acaso los buscadores carecieron de la astucia necesaria para enfrentar no solo la tierra, sino también las fuerzas invisibles que custodian el entierro? Nadie lo sabe. Lo cierto es que el mito sobrevivió a los siglos, fortalecido por cada intento fallido.

Los guardianes invisibles

La leyenda asegura que el tesoro no está desprotegido. Seres mágicos, de formas cambiantes, vigilan con celo el palenque enterrado. Algunos dicen que se manifiestan como luces errantes, otros como sombras que se deslizan entre los arbustos. Hay quienes juran haber escuchado voces que llaman desde la quebrada, voces que prometen riquezas pero conducen a la perdición.

 El mito que perdura

Hasta hoy, el Tesoro del Cerro Cuculicote sigue siendo un misterio. No por oculto menos cierto. Se habla de él como de una realidad latente, esperando al mortal afortunado que logre hallarlo. Pero ese elegido deberá enfrentarse no solo a la tierra endurecida por los siglos, sino también a los guardianes invisibles que, desde tiempos inmemoriales, protegen con recelo el secreto.

Quizá el Cuculicote no sea solo un lugar físico, sino un espejo de la codicia y el temor humano. Un recordatorio de que los tesoros más brillantes suelen estar custodiados por las sombras más densas.

Mauricio Lozano




EL JINETE FANTASMA

En los albores del siglo pasado, cuando los caminos que unían la sierra con la costa eran arterias vivas de comercio, polvo y esperanza, los viajeros descendían desde la fértil ciudad de Cascas hacia la floreciente Ascope. Eran tiempos de mulas cargadas de uvas, de arrieros curtidos por el sol, y de historias que se contaban al calor de la fogata, entre sorbos de cañazo y silencios que pesaban más que las palabras.

Entre los viajeros de aquel verano, una pareja de recién casados emprendía su luna de miel. Él, hijo de comerciantes de Trujillo; ella, maestra de escuela en San Pablo. Montaban caballos prestados, con alforjas ligeras y corazones llenos de promesas. El sol los acompañó durante el día, y el murmullo de los valles parecía bendecir su unión.

Pero al caer la tarde, llegaron al paraje conocido como La Encañada, un estrecho desolado entre quebradas, donde el viento silba como si recordara antiguos lamentos. Los viejos ascopanos evocaban ese lugar con voz grave, pues allí se habían tejido historias de asaltos, crímenes y apariciones que helaban la sangre. Nadie pasaba por La Encañada sin encomendarse a los santos.

El esposo, sintiendo una necesidad inevitable, pidió a su mujer que lo aguardara al final del paso. Ella obedeció, avanzando con calma mientras la penumbra comenzaba a envolver las quebradas. El cielo se tornaba violeta, y las sombras parecían alargarse como dedos que querían tocar el alma.

Cuando el hombre montó nuevamente su caballo, el aire se había vuelto espeso. El silencio era tan profundo que ni los cascos resonaban. Al acercarse a su esposa, percibió a su lado la presencia de otro jinete. No era un viajero común: su figura se aferraba a la oscuridad como si emergiera de ella. Vestía de negro, con un sombrero de ala ancha que ocultaba su rostro, y su caballo parecía no pisar el suelo, sino flotar sobre él.

El esposo sintió que el corazón se le detenía. El miedo lo venció, y cayó desvanecido al llegar junto a su mujer. Ella lo sostuvo entre sus brazos, sin comprender lo que había visto. El jinete se desvaneció como niebla, sin dejar huella ni sonido.

Días después, ya en Ascope, el hombre apenas hablaba. Su voz se quebraba, su mirada parecía perdida en un abismo invisible. Decía cosas sin sentido: que el jinete lo había mirado sin ojos, que había sentido el peso de una muerte ajena, que había oído voces que no eran de este mundo.

La impresión lo consumió hasta arrebatarle la vida. Murió en silencio, como si su alma hubiera quedado atrapada en aquel paso maldito. Los ancianos cuentan que su espíritu jamás se liberó del encuentro, y que en las noches de luna menguante aún se oye el galope de aquel jinete fantasma, guardián de los secretos y tragedias de La Encañada.

Algunos dicen que es el alma de un arriero asesinado por codicia. Otros, que es el demonio disfrazado de viajero. Pero todos coinciden en algo: si alguna vez cruzas La Encañada al caer la tarde, no mires atrás. Porque el jinete no busca compañía… busca memoria.

Mauricio Lozano