sábado, 13 de abril de 2019

El PITO


Antes de 1973 se desconoce la forma como en la hacienda Casa Grande se hacía saber a los peones la hora de ingreso y salida del trabajo. De repente, utilizaban una campana u otro instrumento que hiciera ruido.
A partir de aquel año, con la construcción del actual ingenio azucarero, por su propietario, el alemán Luis G. Albrecht, la peonada del campo y de la fábrica, estaba pendiente del fuerte ruido que sonaba a ciertas horas. El estruendoso ruido salía de la chimenea más grande de la fábrica. A ese sonido inarticulado y confuso, más o menos fuerte, se le llamo Pito.
Con la empresa Agrícola Chicama Limitada, el famoso pito, promovido por la acción del vapor, y que comenzó a sonar más fuerte y ronco empezó a jugar un rol muy importante en el seno de la hacienda, durante la noche y la madrugada, para evitar que los trabajadores no se quedaran dormidos.
El pito sonaba a las cuatro de la madrugada, un cuarto para las siete de la mañana, a la siete de la mañana, a las doce del día, un cuarto para la una de la tarde, a la una de la a tarde, a la una de la tarde, a la cinco de la tarde y a las ocho de la noche. Aunque no lo crean, con el tiempo se había convertido en una tradición, en Casa Grande.
Inclusive, jugo un rol vital durante los movimientos sociales. Cada vez que el sindicato decretaba huelga o paralización de labores lo anunciaba mediante un pitazo fuerte y prolongado, alentador insinuante y fortaleciente. Es decir, apoyaba de manera indirecta la decisión de los peones. Al escuchar la gente el pitazo salía a las calles a gritar: “¡Paro! ¡paro!”. Nadie acudía al trabajo. Eran solidarios cien por ciento.
La enorme chimenea expedía, asimismo, vapor, un buen rato, cada fin de año. Lo hacía con elegancia y sonoridad, muy diferente al pito de todo el año. Despedía al año viejo y daba la bienvenida al año nuevo. En ese momento, toda la gente se abrazaba y se deseaban un “Feliz Año”.
La caldera que permitía tocar el pito o sirena tenía una chimenea que botaba bocanadas de humo negro o blanco. Parecía un volcán en erupción.
Ronco y atrevido, el sonido característico que anunciaba la entrada y salida de los trabajadores de la fábrica, iba contagiado del rico aroma del guarapo que, de rato en rato, exhalaba perfumando el medio ambiente hasta llenar nuestros pulmones.
El pito de Casa Grande, como hacienda y cooperativa, era como una canción de cuna. Se dispersaba alegremente por todos los pueblos cercanos del Valle Chicama.
Gracias al pito, los pobladores sabían en qué hora se encontraban; cual era el pito que les indicaba la hora de almorzar o de merendar, también dormir. Cada pito tenía su hora, a la que la gente estaba acostumbrada a escuchar. Con los negros, los chinos, los japoneses, lo serranos y los mestizos, estuvo siempre presente el pito.
Lo curios del caso era que el pito no tocaba solo. Un trabajador se encargaba de dejar escapar el vapor que permitía que sonara.
En el año 2006, Casa Grande cayó en manos del grupo Gloria, que no bien se instaló, rompió la tradición laboral del pito, que ya formaba parte de la nutrida historia de la empresa.
Dicho grupo cambio el itinerario, haciendo que despertara a la mañana, las seis de la tarde y diez de la noche. O sea, desfiguro totalmente el horario establecido por los gringos, quienes siempre actuaron sabiamente. Nunca explico el porqué de ese cambio.
A partir de ese año, cuando el pito tocaba, algo desganado, a los trabajadores les traía penosos recuerdos y vagos ensueños. Hasta las columnas de humo que se elevaban al cielo no se encontraban satisfechas. Manifestaban un ciclo de brumas y misterios como queriendo rebelarse, quitándole la dulce melodía al silbido profundo de todos los días. Ya no era largo y agudo, sino corto y débil. Hasta los cañaverales sintieron la nostalgia.
En el 2007, el mismo grupo lo volvió a cambiar. El pito solo sonaba a las dos de la tarde y nueve de la noche, sin tocar la normalidad de la mañana.
A partir del 2011, los supuestos dueños de la empresa Casa Grande, optaron por dejarlo sin efecto. Silenciaron por completo al pito, dejando que las horas pasen unas tras otras, sin recibir el respaldo de la famosa sirena que alertaba a la gente un cuarto de hora antes, a las siete de la mañana y a la una de la tarde.
Sin embargo, el hecho que hayan silenciado al pito, no quiere decir que la gente se haya olvidado de él. ¡No! En el corazón de los casagrandinos sigue floreciendo aquella noble tradición que, por muchísimos años, dio la hora puntualmente.
Inclusive, existe un poema escrito por don Gustavo Obando, un hombre alto, de tez blanca, delgada contextura y muy carismático. El hermoso poema que es recitado con ardor y emoción, en cualquier bar de Perú, se llama “El Pito Ronco”.



Luis Chuquipoma Muñoz

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