Así, con
este nombre, conocían los pobladores de la hacienda Casa Grande a la
locomotora, una maravillosa invención del hombre para el traslado de personal y
de carga, introducida en 1873, por el alemán Luis G. Albrecht para trasportar
la caña del campo al ingenio, construido también ese mismo año.
La presencia
de la maquina causó temor y asombro a los peones negros, indios y chinos. Les
parecía un monstruo cauteloso, una serpiente insidiosa, motivo por lo cual se
mantenían alejados. Temían ser atacados.
El miedo
aumentaba cuando el monstruo, o dragón de acero, botaba humo negro por una
chimenea pequeña, cuando las ruedas escondidas se resbalaban sobre dos líneas
de fierro, clavadas sobre durmientes de espino, con clavos de acero, y cuando
soplaba vapor por sus válvulas de seguridad, haciendo un estruendoso ruido.
El rumor de
las ruedas, el pito y las campanas llegaban al cerebro confuso, como una
misteriosa penumbra. Ante esta situación temerosa de los peones, el dueño abordo
la máquina y ordeno que todos hicieran lo mismo. Todos obedecieron sin dudas
unas murmuraciones. Arriba, y aun pusilánimes, se abrazaron fuerte para no caer
y ser destrozados por la máquina.
Al toque del
pito, la maquina comenzó a rodar lentamente y fue perdiéndose por entre los
cañaverales. Pujante y majestuosa atravesó los campos cercanos y regreso a la
hacienda triunfante.
El peligro,
indudable, era inminente. Cuando entraron en vigencia definitivamente y
empezaron a jalar los convoyes de caña compuestos hasta de treinta carros de
línea; los peones se quedaron electrizados y miraron el horrible espectáculo llenos de estupor.
Pero, ni que
hacer, tuvieron que adecuarse y familiarizarse con la máquina.
Los convoyes
de caña, antes de cruzar la población, anunciaban su presencia tocando varias
veces el pito ensordecedor. Avisaba su paso, para que la línea estuviera
despejada de gente y no intentaran cruzar la línea. Venían manejados por un
hombre responsable y dos ayudantes llamados brequeros.
En los días
posteriores, comprendiendo que la maquina no mordía, la gente observaba alegre
verla deslizarse a la maquina jalando treinta carros con caña quemada, como una
culebra parda con su penacho de humo y sus bufidos característicos.
A partir de
1910, ya con la familia Gildemeister como dueña de la hacienda Casa Grande, el
ferrocarril recibió un gran impulso. Adquirió nuevas unidades, con más fuerza o
potencia y tendió nuevas líneas que entrelazaron a la hacienda con los demás
anexos desparramados por todo el Valle de Chicama y el Puerto Chicama.
La extensión
total de la línea alcanzaba los 298,9 kilómetros, incluyendo los ramales y
desvíos. Otros ramales, de menor importancia, abarcaban una extensión de 146.7
Kilómetros, aparte de la línea del patio del El Tráfico, que sumaba 35.9
Kilómetros.
En el largo
recorrido de la maquina o tren, la hacienda Casa Grade tenia estaciones en el
Puerto Chicama, Chuin, Garbanzal, Roma, Sausal, Chicama, Chocope, Farias y
Veracruz. Y varias líneas de cambio de vía.
Las
principales líneas eran:
Casa Grande
- Huabalito (41.5 Kilómetros)
Casa Grande
- Malabrigo (35.9 Kilómetros)
Las máquinas
o trenes tenían tracción a vapor y motores diésel, como la famosa Cuatrito, que
presto servicio especial, hasta los últimos momentos de la desaparición del
ferrocarril en la hacienda. Corrían a una velocidad de más de 150 Kilómetros
por hora y la mayoría de las maquinas pesaban más de cien toneladas.
La hacienda
Casa Grande tenía alrededor de 25 máquinas o locomotoras, enumeradas del 1 a
25; a excepción del 7, la misma que sufrió un descarrilamiento a la altura de
Mocan, ocasionando la muerte de ocho braceros.
Las máquinas
no entraban al campo cosechado. Esperaban en la línea principal. Bueyes a cargo
de un gañan sacaban los carros con caña. El tendido de la línea en el campo lo
hacia la sección Línea Firme, a través de un grupo de trabajadores llamados
portatileros.
Un imponente
espectáculo ofrecía. Cruzaban los campos y la población durante el día y la
noche. Iban directo a el Trafico, que era un enorme patio en donde depositaban
su carga los convoyes de caña, para ser jalados luego por las Mamonas a la
fábrica.
El patio o
el Trafico, en donde los carros de línea con caña esperaban su turno para ser
jalados a la fábrica, quedaba inicialmente, en donde, hoy, es el Parque
Fabrica. Posteriormente, a partir de 1937 probablemente, funcionó en el lado
noreste del ingenio.
A su paso
por la población, se observaba casi a diario, el nefasto espectáculo que
ofrecía la gente, al intentar jalar una cala estando la maquina en pleno
movimiento. Si la caña estaba apretada y no la soltaba a tiempo, la maquina los
arrastraba un buen espacio. Los imprudentes se levantaban todos empolvados y
con el rostro pálido y rasmillados.
Este cuadro
era protagonizado por adultos y muchachos.
La máquina
era una preocupación constante por el ruido, por los choques y por los
accidentes que se producían diariamente. Había llegado a ser una obsesión entre
los pobladores. Miraban con horror a la muerte.
Son muchos
los huérfanos y viudas que sembró la maquina a lo largo de 94 años que estuvo
vigente. Los continuos accidentes dejaron a Casa Grande perdido en un gran
mundo, en el infinito universo, en un universo poblado de fantasmas, de bultos
negros y blancos, etc.
En 1967 la
hacienda Casa Grande dejo sin efecto la era de los ferrocarriles, para dar paso
la era de los tráileres. Mas no así la presencia de dos trenes, el 32 y
Cuatrito. La primera para que hiciera el servicio especial durante la época de
verano que llevaba y traía a los peones y familiares del Puerto Chicama y, la
segunda, para ofrecer el servicio fúnebre, cuando se presente algún deceso
entre las familias casagrandinas.
Fue durante
la administración de don Hans Moll Wagner.
De aquella
preocupación constante del ruido, del tránsito y de los choques de las
máquinas, solo se acuerdan los antiguos pobladores, mas no la juventud, que
poco o nada conocen de su existencia.
Luis
Chuquipoma Muñoz
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