sábado, 13 de abril de 2019

LA LLORONA



Por la década de 1950, doña Emilia, una mujer ordenada y hacendosa, acostumbraba regar la calle, todas las noches, entre las 11 y 30 y 12.00 de la noche. No había noche que no dejara de hacerlo. Una noche, después de haber terminado su trabajo, y cuando intentaba ingresar a su casa, ubicada en la entrada a la población de Roma, escucho que alguien lloraba desesperadamente. Escuchaba nítidamente que el misterioso personaje expresaba: “¡Hay mis hijos! ¡Hay mis hijos!”. Lo repetía con mucho sentimiento. El llanto conmovió a doña Emilia. Compadecida, espero junto a la puerta para prestarle ayuda correspondiente.
El esposo, quien conocía la historia de la llorona y se hallaba leyendo un libro en la sala, también había escuchado el llanto de dolor de una mujer. Dejo el libro sobre la mesa y salió corriendo a la calle. Tomo de un brazo a su esposa y la metió a la casa.
—¡Pasa rápido! Es la llorona. Si te encuentra te mata —le dijo.
—¿Y quién es la llorona? —le pregunto, inocentemente, doña Emilia.
—Es una mujer que hace mucho tiempo asesino a sus hijos, en un lugar de América. Probablemente, arrepentida, sale todas las noches a buscarlos. No solo deambula por los pueblos del Valle de Chicama, sino por el mundo entero. Su alma no tiene descanso.
Y, sin pérdida de tiempo, ambos esposos asomaron la cabeza por la ventana y contemplaron la silueta del extraño personaje. Iba volando por el aire.
Para doña Emilia fue una experiencia espeluznante.
Por entonces, las calles de Roma no tenían la iluminación que existe ahora en ellas.
La llorona salía de vez en cuando del mundo olvidado, en donde radicaba. Y son muchas las personas que han escuchado sus lloriqueos, a medianoche.
Doña Blanca, una mujer de ojos vivaces y nervios de acero, también ha oído llorar a la llorona.
Cuentan que una noche, el llanto despertado de su pequeño la había despertado. No sabía si por hambre o porque estaba orinado.
Bajo de la cama. Fue hacia el interruptor y predio la luz. A esa hora, el reloj de su sala marcaba las doce en punto de la noche. Reviso al niño y al estar sequito, le dio de mamar. Ya calmado él bebe, lo recostó, nuevamente, en la cama. Cuando ella iba a hacer lo mismo, escucho que por la calle alguien lloraba desesperadamente y con mucha angustia. Blanca sintió un miedo profundo. Con el pánico reflejado en el rostro salió a la calle para averiguar de quien se trataba. Ella vivía en la calle Trujillo de la hacienda Casa Grande.
Al pisar la calle, noto que existía un absoluto silencio. Por ningún lado aparecía alma alguna. Además, se hallaba abrazada de la oscuridad, pues, por entonces, 1950, no tenía luz pública.
Como no encontró nada, entro a su casa y se dirigió, nuevamente, a su cama para seguir durmiendo. En el momento que intento cerrar los ojos, volvió a escuchar el llanto de una mujer. Pero, esta vez, más lejos.
Después dejo de escucharse un buen rato.
Minutos más tarde volvió a oírse el lloriqueo. Pero, en ese momento, un estruendoso ruido estremeció todo el barrio, que apago la voz chillona.
Doña Blanca nunca supo que produjo el estruendoso ruido. Pero si estuvo completamente segura que el personaje que lloraba era la llorona, aquella mujer que divaga por todo el orbe buscando a sus hijos.

Luis Chuquipoma Muñoz

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