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domingo, 11 de septiembre de 2016

EL ENTE SINIESTRO

Cuando Josué iba a reunirse con sus amigos, para ir a una fiesta por el día de las brujas, en el anexo de Mocan. No pensó que  él presenciara un suceso de lo más extraño en aquel lugar, aquella noche. La noche sabatina se alistaba, en aquel pueblito, y en aquellos días, todavía se acostumbraba mucho utilizar lámparas de mecha para iluminar la oscuridad de los hogares, cuando caía la noche. Las lámparas dejaban ver  su débil luz en las ventanas de los hogares en las noches más largas y friolentas, muy lejos del bullicio de las ciudades. Y en las casas de este  poblado en aquellos años, los más ancianos relatan sucesos donde muchas veces eran referidos a encuentros con duendes, espectros, fantasmas y cuanto ser que siempre  vaga en la penumbra, entre los campos, bosques y lejanas tierras muy cerca del pueblo liberteño. Lo curioso, es que,  aquella noche,  era perfecta para celebrar Halloween. La luna llena y enorme en la penumbra, contrastaba con las nubes negras que poco a poco hacían su aparición, y  un viento feroz y osco azotaba  las pequeñas ventanas de las casas.


Josué, un chico de ya cumplido dieciocho años, enérgico, despierto, va por las calles, tan solo con el silbido del viento que lo acompaña y el frío aire que  sacude su cuerpo y que recorre todas las pequeñas calles de este anexo. Él va escuchando una canción  que se escucha remotamente y que proviene de un lugar a donde él se dirige. Josué, sobándose las manos por el frío, va pensando en lo misteriosa que se ponía la noche, justamente este día. Para él la cosa se le hacía extraña más aún, cuando su vista se dirigió a la luna y parecía tener una blancura algo especial.


Josué llegó en menos de lo que él había pensado al local donde se realizaría la fiesta por motivos de noche de brujas, y en aquel lugar la gente se aglomeraba para disfrutar del baile y la bebida y la comida que se servía de canto en canto a todos los invitados. Las horas pasaron y la gente se deleitaba con la música y las máscaras que algunos habían llevado para amenizar más el festejo.


Sucede después cuando ya muy avanzada la noche y el reloj marcaba las tres de la madrugá. Un evento sin precedentes estaba a punto de ocurrir delante de toda la gente que había quedado a esas horas del alba festejando. Ahí cuando el baile estaba en sus últimas horas de vida y la embriaguez de la concurrencia se notaba por todos lados. Es cuando de repente todos los juerguistas quedan atónitos al ver a un pequeño niño vestido completamente de blanco y que irradiaba una luz siniestra y especial, se dirige al motor que generaba  la energía eléctrica  y sin vacilar  presiona el interruptor y apaga el artefacto para luego voltearlo en ese mismo instante, delante de todos los presentes y delante de Josué que desconcertado presencia aquel terrorífico evento. A esa hora los adultos impulsados de asientos y estupefactos se quedaron en shock y entre la ausencia de luz empezaron a gritar de terror. Los chicos y las chicas contagiados por el terrero que se está viviendo se precipitaron inmediatamente para salir desesperados a pesar de la oscuridad que se había apoderado del local, haciendo más creciente el pánico y el horror de los presentes. Los perros  en la calle alarmados por el bullicio de la multitud que salía del local. Hicieron que medio pueblo saliera de sus hogares para saber qué cosa había sucedido.


Uno de los pobladores más curtidos, de repente pide calma a todos e inmediatamente pide una linterna. De pronto se adentra acompañado por dos perros, pero los cachorros al sentir seguramente el mal aire, salir disparados cual almas que se los lleva el diablo.


Al mismo tiempo alguien entró  con una escopeta para ahuyentar a cualquiera que les esté haciendo alguna broma. Con los dos dentro del recinto, comenzaron a mentar algunas lisuras para promover más el coraje entre ellos y la gente que estaba en expectación sobre lo que ocurría dentro del local, para así ahuyentar a  cualquier ser malvado que pueda estar todavía ahí entre las sombras. De pronto los dos hombres al alumbrar con sus linternas el generador, se dieron con la sorpresa que no había nadie y luego de verificar la presencia de mano humana, inmediatamente se dispusieron a levantarlo; ya que aquel ente lo había volteado en ese mismo instante. Pero su sorpresa fue más cuando tuvieron que pedir la ayuda de tres hombres para reponerlo en su lugar. Cosa que todos se quedaron fríos al constatar que era imposible que un niño común lo pudiera levantar y ponerlo en aquella posición.


Cuando Josué me contó esta historia, sus ojos eran iluminados por la llama de una vela una noche de apagón en Casa Grande ya hace muchos años y la verdad se iluminaba junto con la llama reflejada en  la pupila de sus ojos y su anciana voz.

Mauricio Lozano