martes, 18 de agosto de 2020

EL ÚLTIMO REFUGIO DE HITLER

El Perú, y las serranías cajamarquinas, pudieron ser testigos silenciosos de uno de los episodios más intrigantes de los últimos tiempos. Y Sunchubamba como todo pueblito andino, que derrocha coquetería a sus visitantes. No llegaría hacer casualidad, que fuera el lugar idóneo que escogería uno de los personajes más sobresalientes de la historia, para pasar sus últimos días en la tierra.

Transcurría un mes de diciembre del año de 1946, en Casa Grande, en aquella hacienda azucarera ubicada a treinta y cinco kilómetros de la ciudad de Trujillo. Recibía directamente desde el muelle del Puerto Malabrigo, por medio de un viejo Tren, a un séquito llegado recientemente de Alemania. Específicamente, un grupo de refugiados del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, quienes huyeron de su país, culminada la Segunda Guerra Mundial y quienes, por un acuerdo con el gobierno peruano de aquellos tiempos, recibieron asilo en esta patria.

Fueron ciento veintitrés los refugiados, todos ellos obedecían a un führer o jefe, como así lo relatan los testigos de ese entonces. Se destacaba también, la presencia de treinta y ocho miembros de las Juventudes Hitlerianas; la guardia personal de su líder; veintiocho jerarcas de lo que quedaba del partido nazi; veintinueve fanáticos de la SS y diecinueve del Volksstürm. En esta corte del líder nazi, también se distinguían: un doctor, dos enfermeros, dos cocineros y tres sirvientes.

Mostraban una disciplina impecable, envidia de las mejores milicias del planeta. A paso marcial marchaban ante su líder o al menos lo que quedaba de él. Éste, con el rostro desencajado, el brazo derecho semi paralizado y su andar vacilante; hacían de él un hombre derrotado y humillado. Pues en el bastión de su gran Alemania ya ocupado por los ejércitos aliados, le hicieron morder el polvo de la derrota.

Aquella silenciosa y fría madrugada, la casa hacienda en Casa Grande, se vestía con lo mejor de ese entonces; ya que el dueño, Don Enrique Gildemeister, era fiel amigo del führer, así como también era propietario de una hacienda en el poblado cajamarquino de Sunchubamba. En lo que, para su llegada en el comedor del lugar. Se mandó a confeccionar una esvástica: símbolo del Partido Nazi. Y en las afueras, se izó la bandera alemana, junto con la peruana, para recibimiento de los visitantes. En los jardines exteriores de la casa hacienda, se respiraba una quietud inexpugnable y se mandó a resguardar el lugar para mayor seguridad de los recién llegados.

Inmediatamente partieron hacia la serranía peruana, en una locomotora que tenía como sobrenombre "La Cuatrito". Constantemente, los escoltaban miembros del ejército peruano, triunfador de una guerra con el Ecuador en 1941. Según los comentarios de la época, gracias a las estrategias diseñadas por oficiales alemanes. Incluso, se puede asumir, un posible tratado secreto entre peruanos y alemanes, pues la afinidad entre gobiernos, no era ningún secreto, cabe destacar que el Perú abastecía de caucho a los países del eje.

Se instalaron a 17 Kilómetros de Sunchubamba, increíblemente en sólo ocho días cercaron sesenta y ocho hectáreas con alambre de púa, estupenda preparación la de esos soldados, capaces de pasar hambre, sed, frío y agotarse al máximo por su líder y sus ideales.

Hablemos algo sobre führer. Éste, odiado personaje, a quien se le atribuye de llevar a la humanidad a una guerra cruenta y salvaje, cuyo costo fue la pérdida de vidas de millones de seres inocentes, y de exterminar a más de seis millones de judíos en los nefastos campos de concentración. Escapó del comandante ruso Polevoi y de su grupo de comandos gracias a la audacia del general Krebs y Burgdorf, quienes sacrificaron sus vidas por la de su führer, los cuerpos quemados y mutilados que fueron encontrados en los jardines de la cancillería, no pertenecían ni Adolfo Hitler ni su amada esposa Eva Braun, eran los restos de un par de dementes sacados del manicomio de Berlín. El líder Nazi y su esposa, escaparon por el aeropuerto de Tempelhof, en el último vuelo disponible, pues los rusos habían tomado ya el 70% de la capital alemana. Su despegue, fue espectacular, pues lo hizo en medio de una lluvia de balas y tiros de mortero.

Huyó hacia los Alpes Bávaros, lugar todavía seguro y en poder de las fuerzas del Wehrmacht. En un principio, pensó continuar con la lucha; pero pronto se dio cuenta que todo había concluido y que toda resistencia era ya inútil. Delegó plenos poderes al Almirante Karl Döenitz y con esto dio por concluido su función de guía y jefe. Sólo bastaba mirarlo para entender, que era un hombre derrotado, de él se fueron los grandes dotes de orador y líder, ya no tenía los constantes ataques de histeria, hablaba bajamente, paseaba de un lugar a otro cabizbajo y meditabundo, balbuceaba incoherencias, a media voz se le escuchó decir: “Que la guerra se perdió por constantes traiciones y que Alemania había demostrado ser débil y por lo tanto debería desaparecer”.

Estuvo casi un mes por ese frío territorio, luego ese lugar se tornó inseguro. Entonces, decidió por salir a otros rumbos, a dominios del imperio japonés, para luego sin ninguna alternativa viajar al Perú.

En este país, como seguimos relatando. Se estableció cerca de Sunchubamba; un poblado cajamarquino. En un principio, para el führer, le fue desagradable, pero conforme fueron pasando los meses, lo iba aceptando con agrado.

Cuando el führer y sus seguidores llegaron al Perú, vestían de civil, pero ya en las alturas regresaron al uniforme militar. Hitler, lucía siempre impecable, no dejó de lado el brazalete donde estaba simbolizada la cruz esvástica, había bajado considerablemente de peso y seguía recibiendo de su doctor, un tratamiento para rehabilitar su semi paralizado brazo derecho, triste recuerdo de la bomba dejada por el coronel Von Stauffenberg, en el atentado del 20 de julio de 1944. Pronto, “La fortaleza Sunchubamba” -como así la llamaban los campesinos- fue organizada política y militarmente. Los refugiados, aprendieron costumbres de la zona. Primero, empezaron a sembrar papa, instruidos por gente oriunda del lugar. En ningún momento su comportamiento fue reprochable, todo, por el contrario; en lo posible, trataban de ayudar y colaborar con los sunchubambinos. La fortaleza, se tomaba inexpugnable. Vigilaban permanentemente su acceso cuatro fornidos miembros de la SS bien armados, ¿De dónde consiguieron las armas? La fuente tampoco lo supo, pero constantemente un porta tropas del ejército llegaba al lugar con alimentos y otros artículos de primera necesidad. Hitler se instaló en el primero de los dieciséis pabellones, y siempre lo escoltaban como sus fieles miembros de las Juventudes Hitlerianas. Poco se le veía asomarse al patio y cuando se mostraba se ponía al frente para recibir los honores de su tropa. Conversaba muy escasamente, pareciese que sólo esperaba la hora de su muerte, y alguna vez dijo a un miembro de su guardia personal, que asumía su responsabilidad por las atrocidades de la guerra; pero no todo lo que contaban los aliados, era cierto.

«Frank, yo propuse a los aliados un tratado de paz y si ellos hubieran tenido el más mínimo de intenciones y ánimos de negociar, aun todos viviríamos en hermandad. Se lo demostré a los ingleses en las playas de Dunkerque. Tenía a su ejército a mi merced, y hubiera bastado una sola orden mía, para que mis panzer los aniquilen; pero yo no lo quise así; confiaba en arreglar pacíficamente con los británicos; pero de nada sirvió, ellos sólo querían la guerra».

Frank Otto Schonner, fue miembro de las Juventudes Hitlerianas, de tan solo 19 años, integraba la guardia personal de Hitler desde la cancillería en Berlín, dispuesto a entregar su vida a cambio a la de su führer. Fugó con él y el resto del grupo, y estuvo en Sunchubamba hasta la muerte de Hitler, por su carisma y buen ánimo, se ganó la confianza del führer. Hasta que lo hizo su preferido.

«Al año de haber llegado al Perú, y sin ni siquiera habérmelo imaginado, alguna vez. Me convertí en el ayudante incondicional de mi führer, confiaba plenamente en mí; a pesar, del clima hostil que habían creado los que se consideraban con más derechos que yo… a su amistad. No me importó seguir siendo su fiel compañero, él ya no reunía con los jerarcas nacionalistas, ni con los militares; estaba decepcionado de todos ellos, desconfiaba hasta de su sombra».

—Frank.

—¿Sí, Mein führer?

—Soy un hombre acabado, soy un hombre derrotado, escogí seguir viviendo por que la muerte era un premio para mí, lo asumo Frank, lo asumo… Todos estos ratos amargos, todos estos días de recuerdos sumergidos en las sombras de las muertes que causé, consume mi vida.

—Mein führer, no se sienta culpable, si invadimos Polonia, si peleamos contra los británicos, americanos, franceses, rusos, fue por nuestra seguridad, pues como usted dijo, se les propuso a los aliados un acuerdo de paz.

—Mi buen Frank, llevé al mundo a su destrucción, exterminé seres inocentes, llevé a la ruina a mi gran Alemania, definitivamente no hay perdón para mí, a cuantos hogares les amargue su existencia, a cuantos niños les dejé sin padres, a cuántos padres les dejé sin hijos, arrasé con pueblos enteros, la historia me conocerá como el hombre más nefasto de la tierra, como el más odiado, como el más criminal, como el más inhumano; desde que murió mi amada Eva, entendí que lo más preciado de todo ser es la vida y la paz, demasiado tarde Frank, mi destino está escrito, me vestiré de angustia, trataré de pagar mis culpas, aunque sé que no lo haría ni en mil años de existencia. Estoy seguro, que viviré poco tiempo y el tiempo que lo haga miraré hacia atrás, recordando la sangre, dolor y muerte que causé, sólo así buscaré el perdón de la humanidad. Frank, ya no tengo nada que ofrecerte, ya todo a acabado.                                                               

 —Mein führer, a nadie nos impusieron seguirlo, todos los que estamos aquí vinimos por nuestra propia voluntad, queremos verlo como antes, queremos que nos guíe, quizás se cometieron errores, todo el mundo lo hace, los aliados también deben vidas inocentes, Dresde, Hiroshima, Nagasaki, Colonia, y lo que es peor ellos inventaron la bomba para acabar con la humanidad. Toda guerra es cruel Mein führer, yo sé que el tiempo me dará la razón, creo en usted y lo seguiré para siempre, es más, daría mi vida por usted.

—Nada de eso Frank, aquellos campesinos que cruzan el frente de la hacienda, valen más que yo, no los ves cómo sonríen, como van a su trabajo felices porque saben que el dinero que obtendrán se lo llevarán a sus hogares, a pesar de sus pobrezas y limitaciones esta gente ama, ríe, y sobre todo vive en paz, la cuarta parte de uno de ellos vale más que yo.

—Mein führer, no se siga martirizando.

—Lo haré Frank, lo haré.

Había un hecho que estaba del todo claro, y se acerca del paradero de Eva Braun, y se sabía por Frank que ambos, el Führer y ella, llegaron a los Alpes Bávaros; pero repentinamente ella falleció, se comentó acerca de un suicidio, pues a Eva se le veía muy abatida, poco se habló de ello, lo que sí se sabe es que el führer casi enloquece y que más de una vez quiso auto eliminarse, sus seguidores lo detuvieron pues pensaban en seguir la guerra desde allí y que el único conductor para ese propósito era Hitler.

En junio de 1952, algo alteró la tranquilidad de la hacienda, el viejo cocinero Hans Steiner, había muerto, un infarto al corazón cegó su vida. Amigo de todos y enemigo de nadie, se fue el viejo Hans.

Los aislados se habían familiarizado un poco más con la gente del lugar, de los 123 iniciales, nueve murieron por diferentes causas naturales, cuarenta y siete se fueron voluntariamente o establecieron sus hogares en otros lugares, pero todavía existían los incondicionales del führer. Como Frank, que fiel amigo, lo seguía desde muy cerca.

—Mein Führer, hay una dama a dos kilómetros de la hacienda que ofrece sus servicios de cocina, ella sabe de nuestros gustos, pues allí vamos los días de licencia.

—Frank, sabes que en esta hacienda no se aceptan mujeres.

—Mein führer, la gente no se abastece, las tareas agrícolas se han vuelto más exigentes, y ya no hay quien cocine, Günter fugó con una campesina el día de ayer.

—Todos me abandonan Frank, lo hizo Hess, me traicionó Himmler, lo quiso hacer Goering; Günter lo hace con toda la razón del mundo.

—Mein Führer, la dama a la que me refiero, es mi novia, y si no la traigo a la hacienda a trabajar, sus padres la llevaran a la costa, ayúdeme Mein führer, se lo pido de corazón.                                                                                             

—¡Oh mi buen Frank, no sabes el gusto que me da; ve corriendo y tráela, ¡es bienvenida!

Rosa Quiliche, tenía tan sólo 18 años, su edad no fue obstáculo alguno para estar al lado de su amado Frank. El amor a él, fue más grande que el peor de los sacrificios, pero había otra sorpresa. Rosa, estaba de tres meses de embarazo, ni ella misma lo sabía, se convirtió en preferida del médico austriaco Hendric; ya que el control de embarazo, lo llevaba a la perfección.

De las tres paradas militares que hacían a la semana, se redujo a una. En su totalidad, se había dejado el uniforme militar. Hitler, usaba saco y corbata, y a pesar de su edad, lucía canoso y con un buen semblante. Había recuperado peso y su andar era más ligero. Escribía ya con la mano izquierda y tosía constantemente, pues se levantaba muy temprano y caminaba en medio de la humedad serrana. Uno de sus pasatiempos preferido, era: la acuarela, con que pasaba las tardes encerrado en su habitación. Pero los años pasan y pasan y nadie los detiene. Adolf Hitler, uno de los hombres que tuvo gran poder en el mundo, y, que ahora vive sus últimos días en medio de la serranía peruana, era ya un anciano.

Lunes 14 de mayo de 1951, hubo alboroto en la hacienda, una niña acababa de nacer, el fornido Frank y la andina Rosa irradiaban felicidad, es el regalo divino que Dios les dio, al segundo día del nacimiento llevaron a su niña ante el führer. Él se encontraba dormido, ya que una afección estomacal lo había enfermado, con esfuerzo se puso de pie y dijo:

—Mi buen Frank, mi incondicional, mi leal, me das la felicidad que hace años busco y no la encuentro, permíteme alzar esta dulce niña, permíteme besar este ser inocente, cuídala Frank, ámala, ella es el ser más preciado de ustedes, ofrézcanle lo mejor, trabajen mucho para que a ella no le falte nada. Ahora soy yo el que te pide un favor de todo corazón.

—Lo que usted diga Mein führer.

—Dale a este angelito, el nombre de mi amada Eva.

—Así lo haré Mein führer.

Transcurrieron desde el nacimiento tres meses, otros dieciséis refugiados fugaron de la fortaleza, el führer había perdido liderazgo, tampoco le interesaba recuperarlo, pasaba sus días encerrado y cuando salía, lo hacía solamente para ir al pabellón donde vivía Frank y su familia, alzaba a la niña, reía con ella, cuando estaba con ellos se salía de su rígida dieta. Su final estaba cerca.

Domingo 9 de julio de 1953, de los 123 seguidores iniciales del führer, sólo quedaban 31. Hoy no era un día cualquiera, Hitler había muerto y con ello se fue el triste y horroroso ser que alguna vez existió en la humanidad, ocasionando llantos, tristezas, lágrimas, miseria, destrucción y todo lo malo que el peor de las bestias puede dejar a los hogares.

Ese día, se vio por última vez una parada militar, había lágrimas y mucha tristeza entre los presentes, sea lo que hubiera sido, pero para ese grupo de personas, era su líder, era su jefe, era su guía. Esta vez, su cuerpo, si fue incinerado y esparcido por los aires sunchubambinos.

La mayoría de los refugiados que aún permanecían al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, regresaron a Europa. Otros construyeron sus hogares en las serranías peruanas. Frank se convirtió en un próspero comerciante, hasta que, la terrible leucemia, acabó con su vida el año 1977.

El año 1985, conocí a Eva Schonner Quiliche, desde un principio supe, por sus rasgos físicos, que sus antepasados eran extranjeros. Ella me lo confirmó, no sin antes, contarme toda esta historia, real o imaginada; al fin y al cabo, me la contó. También me mostró una foto tomada en 1952, en lo que era la Fortaleza Sunchubamba y en donde están posando, su padre Frank Schonner, junto al hombre más sanguinario de todos los tiempos, Adolf Hitler.


Mauricio Lozano

 

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