Que mala
idea fue siempre morder la mano de quién te da de comer.
Puerto
Chicama, un pueblito pesquero que se arrodilla ante el Pacífico, terminó con
todo el pescado de sus costas. Las redes de arrastre se lo llevaron todo, peces
grandes y peces chicos, y con ellos la posibilidad de la vida en el fondo. Esas
redes se llevaron con su inconsciencia el trabajo y el sustento de todo
un pueblo. Las 6 fábricas de procesamiento de harina de pescado que había en el
pueblo cerraron una tras otra y ahora solo son un fantasma a la izquierda de la
bahía. El Puerto de Malabrigo, como también le llaman en el lugar, mordió
la mano del mar. Su padre levanto el albergue para amantes del surf que
ahora ella regenta. Las fotos de Iñaki, James, John, aquel coreano tan
simpático, los irlandeses, el americano pelirrojo… pueblan las paredes azules.
Son casi recuerdos de familia.
Doris
nos cuenta que el mar da tanta alegría como respeto. “¿En España no
tienen Ahogado?”, pregunta. Le respondemos que no y nos cuenta que en Puerto
Chicama todo el mundo le ha escuchado alguna vez.
Cuando
una barca se hundía y el pescador moría en el mar, su alma vagaba condenada
buscando otro espíritu para llevárselo y librarse del maleficio, para poder
descansar en paz. En las noches cerradas se escuchan sus angustiadas
respiraciones, sus gritos desgarrados al quedarse sin aire en el mar y hundirse
bajo las aguas. Es el sonido terrible de un ahogamiento. Doris le temía de
pequeña y aún le teme. Nos asegura que su vecina le escucha cada día y
que a veces no le deja dormir.
“¿No
le habéis oído?”, nos pregunta Doris.
Le
respondo que no pero tengo mis dudas. Puede que hayamos confundido los
lamentos del condenado con los rumores del Pacifico contra las fábricas
fantasmas de Puerto Chicama.
Emilia Arias
Emilia Arias