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miércoles, 25 de septiembre de 2019

LOS GENTILES



Hace muchísimos años, seres que vivieron antes de los Incas habitaron el extenso territorio del Valle Chicama, así como otros lugares de la costa y la sierra del país. Era una raza idolatra o pagana de costumbres bien definidas, que acostumbraban enterrarse con todas sus cosas, porque pensaban en la posterioridad, en una supervivencia mejor.
En la obra “Comentarios Reales de los Incas”, el Inca Garcilaso de la vega, dice que los gentiles tenían la misma barbaridad que en sus dioses y sacrificios. Sus pueblos no tenían plaza, ni orden de calles, ni casas. Eran como regaderos de bestias. Que, por causas de las guerras, unos poblaban los cerros o peñas altas, a manera de fortaleza, en donde fuesen menos ofendidos de sus enemigos; otros, vivían desparramados por el campo, los valles y las quebradas, cada uno como acertaba a tener la comodidad de su comida y morada.
Los gentiles vivían como animales de diferente especie, sin juntarse, ni comunicarse, ni tratarse. Dichos pueblos eran gobernados por el que tenía ánimo para mandar a los demás, quien trataba a sus vasallos con tiranía y crueldad; sirviéndose de ellos como esclavos, usaban a sus mujeres e hijas a toda su voluntad. Se hacían la guerra unos a otros.
No tuvieron dioses, ni siquiera supieron que cosa era adorar. Poseían poderes físicos descomunales.
El mundo de los gentiles, actualmente, está en el subsuelo, profundo y oscuro, en las huacas o tumbas. Hay huacas en la superficie de la tierra y en los cerros y, según dicen la gente, son lugares encantados. Además, subrayan: Cada huaca tiene alma propia, formada por una vida oculta que se manifiesta en horas de la mañana, en horas de la tarde y a medianoche.
Es decir, cobran vida para alejar a los supuestos profanadores de tumbas y así lograr encantar a alguien, haciéndolo botar espuma por la boca. Los gentiles no quieren que nadie entorpezca el descanso eterno encontrado en su seno.
Las huacas poseen un poder extraordinario, pues aquel que se atreve arrancarle sus secretos o sus tesoros, acaba loco, que más tarde lo conducen irremisiblemente a la muerte. A ese mal se le llama “Mal de Huaca”.
Por eso, dice la gente, cuando una persona va a profanar una tumba y no regresa a su casa: “Lo ha tragado la huaca”.
Los gentiles y personajes mágicos tienen el don de aparecer y de desaparecer. Y su conducta varía según la zona. Algunos juegan con los terrestres; otros, asustan y enferman a quienes los ven.
Mario Polia afirma que los gentiles eran sabios y videntes, ya que podían adivinar la llegada de un cataclismo; además usaban hierbas para ver, como los curanderos y los brujos de hoy, y que la era de los gentiles ha sido clausurado por un diluvio.
En la síntesis que hace Polia señala, también, que el mundo de los gentiles era totalmente diferente, hasta opuesto al mundo de los Incas. El mundo de los gentiles y sus objetos son malos si son usados por los maleros. El mundo de los gentiles carecía por completo de orden moral y los lazos básicos que unen a la sociedad andina eran ausentes.
Hace muchísimos años, han sido vistos en diferentes ocasiones, a eso de medianoche. Por ejemplo, en un cerrito ubicado en el camino que une a mocan con Paijan, solía salir un indiecito portando un arco y una flecha que se ponía a bailar en medio de una hoguera. No hacía daño a nadie, pero, por un temor infundado, la gente prefería desviarse del camino.
Asimismo, aparecía en Cajamarca y Lambayeque. Una de las particularidades de los testimonios de los gentiles, relacionados con algunas comunidades indígenas de la costa norte, se referiré a su intensa vida amorosa con los pobladores, hombres y mujeres, de la localidad. En Piura, las versiones recogidas sobre los gentiles indican, además de las virtudes y atributos positivos de estos seres, críticas por su conducta moral.
Para los chamanes o curanderos, las huacas poseen el poder ancestral de los espíritus de nuestros antepasados y, las cosas u objetos que se encuentran en sus entrañas, como ceramios, piezas antiguas de piedra labrada, metales, etc. Tienen mucho valor; pues son utilizados en la “mesa” de los maestros curanderos.
La historia de los gentiles, como se puede ver, está extendida por todo el país y, se sabe que hay gentiles hombres y gentiles mujeres.

Luis Chuquipoma Muños

lunes, 2 de septiembre de 2019

EL ORIGEN DEL VALLE CHICAMA



Hace millones de años, y a principios de la era geológica Cuaternaria de la tierra, el territorio del Valle de Chicama se hallaba cubierto de una exuberante vegetación, de aves y de animales prehistóricos, Dios Ya había creado al hombre, sin embargo, brillaba aun por su ausencia en esta zona y otras partes del mundo.
De pronto, surgieron de la nada oleadas de gente primitiva que ocupo inicialmente las tierras de Paijan. Desconfiados, poco amigables y rodeados por enormes animales, comenzaron a poblar el agreste ambiente para disfrutar de las bondades que les ofrecía la naturaleza. Tal vez llegaron encabezados por un caudillo. Estos posteriormente dispersaron por Casa Grande, Mocan, Ascope y otros lugares del Valle Chicama.
Como hombres salvajes que eran solo tenían como armas de defensa a sus propias manos y sus mandíbulas fuertes. Esto indica, pues, que para poder coger su presa y para defenderse del enemigo, inicialmente, utilizaron la fuerza muscular, su dentadura y sus uñas; pudiendo soportar las noches frías calurosas.
Es de suponerse que el hombre primitivo, en su primera fase, para poder cazar animales salvajes y aves, tendían trampas. También atrapaban peces y lagartos.
Según el libro del “Cuando”: “… como inicialmente no conocían el uso del fuego, se alimentaba, predominantemente, de carnes crudas, a las que siempre añadían arcilla, sin que se haya logrado establecer con que finalidad…”
Asimismo, se dedicaron a la recolección de frutos silvestres para poder sobrevivir.
Es importante señalar, de igual manera, que algunos de los primeros pobladores del Valle Chicama se refugiaron, por seguridad, en las cavernas que ofrecían los cerros y que otros lo hacían entre las ramas de los gruesos árboles. Aunque-según refiere la historia- ciertos pobladores erigieron importantes habitaciones semisubterráneas para vivir.
El hombre primitivo caminaba arrastrando los pies y no podía sostener erguida la cabeza.
Es obvio, entonces que el hombre primitivo o paijanense, conforme pasaba el tiempo, fuera asimilando experiencias, comenzó a usar la piedra tal como la encontraba en la naturaleza. El uso de la piedra despertó la inteligencia del hombre; al transformarla, comenzó a cambiar, la flecha, la honda, etc., etc.
Conforme iba desarrollando sus habilidades, el hombre primitivo fue pasando del periódico del Paleolítico Superior al Neolítico, o Edad de la Piedra Pulida. Indudablemente, el hombre había ingresado al camino de progreso. Incluso, descubrió el fuego, venciendo de esta manera el frio y la oscuridad.
Más adelante, el hombre del Neolítico abandono finalmente la vida errante y, de recolector de alimentos vegetales y moluscos que era, se trasformó en cazador empezó a practicar una agricultura incipiente, es decir, había descubierto la manera de reproducir los frutos que disponía de la naturaleza.
En esa fase de transición, que vivió el hombre, donde aprendió a vivir en grupo y a estacionarse en un solo lugar, dejando de lado la vida errante, surgió el pueblo pre-cerámico denominado Huaca Prieta, el primer pueblo costeño de Perú, que ocupo las tierras cercanas a la playa El Brujo, que más tarde dieron origen a la población de Magdalena de Cao.
De esta manera, y hace muchísimos años, comenzó a poblarse el Valle Chicama, en donde los estudiosos hallaron los primeros restos fósiles, tanto de humanos como de animales. Entre los más interesantes mamíferos se cuenta el eoipo o caballo pequeño, al tigre dientes de sable, al armadillo gigante, etc., etc. Se sabe que, poco a poco, los bosques y los claros se fueron poblando de extraños animales.
Entre ellos vivieron otros animales que se distinguían por ser feroces y peligroso, de diferentes dimensiones. Algunos tenían dimensiones excepcionales.
El mamut, por ejemplo, vivió en la Era Cuaternaria y fue, por tanto, de atención de los hombres primitivos.
El libro del “Cuando “asegura: “… El mamut, probablemente, sea objeto de atención de los hombres primitivos cazadores. En efecto, un Mamut muerto constituía una enrome provisión de carne para toda una tribu…”



Luis Chuquipoma Muñoz

jueves, 15 de agosto de 2019

CURA SIN CABEZA




En el convento de Santo Domingo de Guzmán en el poblado de Chicama. Existían dentro del sagrado recinto, un joven cura que fiel a sus votos. Serbia a la población de una manera especial y comprometedora. Con el tiempo fue ganándose el cariño de sus superiores y al verlo tan cumplidor con su fe católica y con la gente necesitada. Le ofrecieron estar a cargo del huerto monacal, con lo cual aceptó gustosamente tal digno puesto.

Un día, cuando se disponía a regar el huerto junto con algunas personas que lo ayudaban en su sacrificada tarea. Vio que el agua era retenida más adelante, y al investigar sobre el porqué del poco caudal del río. Pasando por las tierras de don Eliseo Benítez. Se dio con la sorpresa, de que la hija mayor de aquel hombre. Se estaba bañando como dios la trajo al mundo.

El cura, maravillado por tal espectáculo, se quedó viéndola desde una distancia por varias horas. Hasta que la hermosa manceba, dejó al anochecer el lugar.

Con el tiempo, el cura, iba cada vez que se proponía, ir a visitar la casa de don Eliseo, pero más que nada, ir a verla a su hermosa hija, que días atrás lo había dejado embobado. Cuando de repente, sin esperar más, se presentó ante la preciosa muchacha en el lugar donde por primera vez, escondido la vio en su danza desnuda con el agua de aquel arroyo.

Desde ese día. Largos atardeceres eran contemplados por la dulce pareja, a orillas del río. Se escondían por los campos hasta el anochecer, consumando su amor en actos pecaminosos. El cura, no dudo en dejarse llevar por los placeres de la carne, cuando la veía delante de él, desnuda, tan solo alumbrando su cuerpo por la luz de la luna, o también por la luz de una lámpara de kerosene, cuando la llevaba a una estancia que consiguió lejos del pueblo.

De tanto amor que el cura y la hermosa muchacha se daban mutuamente. Pudieron concebir un hijo. Y el padre de la joven que tenía otros planes de casamiento de la mayor de sus hijas. Hirviendo en cólera, aprisionó en su casa a la que él decía rabia endemoniada, que hubiese mejor muerto antes de nacer.

El encolerizado padre, mandó a llamar a una matrona para que, con pócimas, le haga abortar y así acabar con este asunto.

El cura por otra parte, fue en busca de la salvación de la que ya por sus manos había sido su mujer y, la de su hijo que fue consumado por parte del amor que se tenían los dos.

Muy lejos ya de perder sus votos sacerdotales, muy lejos de ser excomulgado del convento. Decidido, quiso luchar por el amor de la hija de don Eliseo. Pero aquella noche, cuando la matrona le daba de beber aquellas pócimas. La doncella no pudo soportar los efectos del brebaje y murió junto con él bebe que tenía dentro.  

El joven cura, llegó cuando agonizaba, y le dijo: Nuestro bebé murió, te esperare en el cielo.

Y al salir de aquella habitación donde su endemoniado padre reía por la muerte de su hija y el dolor que le producía este macabro acto al cura. Salió corriendo directo al campanario de aquel convento. Y tirando de las campanas para que todo el poblado escuchara sobre la muerte de su ama, desde ese lugar, anunció mirando los ojos de don Eliseo donde en abajo, lo divisaba dentro de toda la multitud. Y le dijo: don Eliseo, quiere más venganza, ya la tendrá.

          Y el cura, en sufrimiento por la muerte de su bebé y su adorada mujer, desde aquel lugar, se arrojó al suelo cual ave herida.

Desde ese momento, el pueblo de Chicama en horas de la noche, cuando la luna está en cuarto menguante. Pueden ver la silueta de un cura que busca su cabeza, y que pasea por las calles en camino hacia la casa de don Eliseo. 

Por todo el Valle de Chicama lo han podido ver desde entonces, dando gritos lastimeros llamando a su amada. Algunas personas cuentan, que, en primera vista, lo han logrado ver como si fuera un perro negro en la calle, pero cuando se acercan a aquello. Ven claramente a este cura, sin su cabeza.

En el poblado de Roma, lo han visto muy cerca de las acequias y también en noche más oscuras, lo ven salir de aquella casona llamada “La Contrata” y otras veces a mitad de las calles de los sembríos de caña de azúcar.

Por eso, cuando vayas al Valle de Chicama y camines por su campos y calles en horas de la noche, nunca pases solo por los lugares donde hay sombras, porque no vayas a encontrarte con el cura sin cabeza.


Mauricio Lozano

jueves, 23 de julio de 2015

EL CURA SIN CABEZA

En plena Carretera Panamericana, a sólo treinta kilómetros al norte de Trujillo,  Capital de la Primavera, se encuentra Chicama, otro importante pueblo del valle de su nombre. Cuando niño, sus calles principales eran “iluminadas” por faroles a kerosén, que tarde a tarde el viejo “San Antonio” Quispe, escalera y caja de fósforos en mano, tenía la tarea de encenderlos. Aunque para decir verdad, este alumbrado mortecino en noches de Luna no era necesario, pues el cielo límpido y azul tachonado de estrellas ofrece mucha claridad y un espectáculo maravilloso; a simple vista, se puede identificar las constelaciones y esta posibilidad extraordinaria, hace que quienes contemplemos el hermoso cenit estrellado en Chicama, experimentemos con cierto temblor de admiración, lo grandioso que es la Creación de Dios.


En mi “pueblo chiquito” aún se mantienen enhiestas viejas casonas de adobe, en las cuales pareciera el tiempo se ha detenido. Sus muros guardan celosos, historias increíbles, que la tradición ha adornado he incrementado con mucha imaginación. Si alguna vez visita Chicama, sede del aquelarre que dio origen al mote de “chicameros brujos”, vaya dispuesto a nutrir su fantasía con leyendas inverosímiles. Estas son transmitidas en una cultura ágrafa, de padres a hijos, en sobremesas nocturnas, a la luz de un candil o lámpara de kerosén, mientras los chicos que escuchan “se mueren de miedo”. Alrededor de la plaza de armas, existen muchas de estas casonas, las que hoy nos ocupan, son dos edificios en estado ruinoso, la iglesia de “Santo Domingo de Guzmán” y el convento contiguo.


Cuentan los viejos del pueblo, que al finalizar el siglo pasado, habitaban el monasterio una veintena de monjes y curas que atendían los servicios espirituales de todo el Valle Chicama. Entre ellos, habitaba un joven mancebo con pretensiones de obispo, y vaya que si lo hubiera logrado si no se le ocurre al maligno “meter su cola” en el asunto. Un día que el joven curita hacía méritos y trabajaba en el huerto monacal, se interrumpió el riego y fuese a ver aguas arriba, cuál era la causa, al pasar por la huerta de don Eliseo Benítez, se dio “a golpe de nariz” de ver a la hija mayor del viejo, bañándose en la acequia tal como “Tata” Dios, lo trajo al mundo. Mudo de la sorpresa, la contempló embobado, paralizado, sin atinar a nada, pero con el corazón apresurado latiendo alocadamente.


La doncella, ajena al inoportuno fisgón, siguió inocente mostrándose en el espejo de las aguas cristalinas; ni que decir, a partir de ese día, se le derramó la espiritualidad al padre José, no se acordaba ya del camino que conducía al obispado, más bien, con cualquier pretexto visitaba la casa del viejo Eliseo, para ver a la bella y dulce Marianita, la que a fuerza de ver al curita, tampoco le hacía asco, pues, de ser guapo y atractivo el mancebo lo era.


Dicen los viejos que narran esta historia, que en noches de Luna, se daba el concierto de amor de la pareja y que cerca de la medianoche, un “chilalo” de cabeza negra imitaba el trinar de esa ave y la moza quedamente abandonaba el lecho para ir en busca de su amante. Noches eternas fueron testigo presencial de estos secretos desvaríos y de tanto abonar el surco, la semilla germinó. De nada valió la reprimenda materna y la amenaza de “convertirse en mula” por sucumbir a los amores de un cura; de nada valió los consejos del Prior del convento y la amenaza de excomulgarlo por violar sus votos sacerdotales. El cura José, seguía abandonando sigilosamente por las noches el convento.


Enterado don Eliseo Benítez de la maternidad de su hija, montó en cólera, su orgullo herido por los deslices de su adorada Marianita no se quedaría así; él había soñado con casarlo algún día con el hijo de don Braulio, hombre pudiente como él y todos esos planes quedaban truncos, hechos añicos.


Don Eliseo se transformó, se hizo huraño mientras maquinaba su plan de venganza. Un día, en la oscuridad de la noche, llegó esbozada una mujer a la casa del viejo, casi en secreto, a la luz mortecina de unas lámparas de bronce, fue introducida con prontitud a la alcoba de Marianita, quien al enterarse del propósito se negaba al aborto del “fruto de su vergüenza”. Presionada por la autoridad paterna, bebió las pócimas que le ofreció la anónima mujer –sin saberlo bebía su propia muerte-; el día amaneció y la bella Marianita se agravó, no resistió las prácticas a que fue sometida por la matrona de la muerte, ante esta situación, el viejo Eliseo quiso llevar hasta el final su venganza, y en su febril locura, concibió el dar de beber de la copa de amargura, al cura causante. Lo hizo llamar, para que su hija recibiera de sus manos “la extremaunción”. El estado lamentable en que encontró al amor de su vida, lo hizo derrumbarse de dolor, era una rosa y un clavel tronchados a la mala; ella en un momento supremo de lucidez le alcanzó a decir: “Han matado a nuestro hijo… Te espero en el cielo”, y con un suspiro cerró los ojos para siempre.


Preso de dolor, el joven religioso abrazó con desesperación a su amada y sollozó como un niño en orfandad, mientras sus labios musitaban ininteligibles oraciones en latín, quizá ruegos, pidiendo a Dios que no se la llevara. Finalmente, besó con unción a la muerta, se puso de pie y comenzó abandonar la estancia, su rostro estaba alterado, como si hubiera perdido el juicio, se dirigió a la iglesia, subió al campanario y comenzó a tañir las campanas de graves sonidos que anunciaban muerte… Don Eliseo, desde lejos, contempló con regocijo diabólico el dolor del cura. Más cuando este alcanzó a verlo le gritó: ¡Don Eliseo, todavía no está satisfecho… quiere venganza. Tomé mi vida! Y desde lo alto del campanario se precipitó como paloma herida.


Cuentan los viejos del pueblo, que en las noches de Luna menguante, cuando las sombras propician el misterio, se escucha en el silencio de la noche el canto triste de un “chilalo”... y luego, del abandonado convento antiguo, surge la enigmática figura de un “cura sin cabeza”, que se pasea por el atrio de la vieja iglesia, como si buscara su cabeza... de pronto, se escucha lastimeros gemidos  gangosos llamando al amor de su vida. Este aparecido, se pierde por donde quedaba el huerto del viejo Eliseo… Si vas a Chicama, ten cuidado, no vayas a encontrarte tarde la noche, con... "el cura sin cabeza".

Hugo Tafur