miércoles, 17 de junio de 2020

LA CASONA MALDITA


Dos albañiles que estaban reforzando las columnas de la vieja casona conocida como “El palomar”. Una antigua construcción que pertenecía a los primeros dueños de la hacienda Casa Grande, en Perú. Encontraron algo maldito y peligroso, cuando excavaron bajo las bases de esta mansión. Y sucedió que aquellos maestros de construcción, hallaron en lo profundo de los cimientos; dos barras de oro sólido. Y la ambición se apoderó de aquellos obreros, que sin saber cómo reaccionar a semejante descubrimiento. No dudaron en marcharse del lugar, dejando todo el trabajo, para vender aquellos tesoros y vivir una vida mejor.

Nunca se debe tocar aquellas piezas que guarda el tiempo. Siempre están custodiadas por entes demoníacos o seres del inframundo. Las personas somos muy descuidadas con los objetos que pertenecen a otros tiempos. Y aquel día no fue la exención.  

Pasó mucho tiempo desde ese día del hallazgo de los albañiles, y aquellos hombres que fueron tentados por la avaricia, nunca más se los vio por ese lugar. Pero algo siniestro vendría a reclamar lo que es suyo, mucho tiempo después.

Una noche del mes de agosto de 1991. Un día oscuro sombrío y silencioso. Algo sucedía en esa misma casona, donde los sujetos anteriormente mencionados, encontraron las barras de oro. Una niña de doce años expresaba síntomas de estar poseída por el diablo. Cuando la sombra de la noche extendía su manto negro, empezaba a tener un comportamiento raro. Más aún cuando se escuchaba un silbido. A esa hora. Las doce de la noche. La niña se revolcaba y las cosas de los ambientes contiguos hacían ruido, un ruido escandaloso. Y no solo eso, la niña también convulsionaba gimiendo y gritando cosas horrorosas, que le salían de la boca. Con un terror espeluznante y macabro que envolvía el lugar.

Su joven madre no sabía qué hacer. No podía luchar contra los sombríos espíritus que atacaban su menor hija. Entonces opto por buscar el apoyo de unos hermanos evangelistas, quienes acudieron rápidamente, la noche siguiente, muy puntualmente, llegaron muy armados de valor. Esa noche, no bien sonó las doce, las puertas comenzaron a crujir nuevamente, las cosas a moverse, el silbido a sonar. Y como si fuera poco la casa a vibrar. El fenómeno siniestro asustó a los evangelistas y arrodillados comenzaron a rezar y clamar a dios, para que los malos espíritus abandonaran la casa y llegará la paz. Cuando todo pasó, la niña resultó en el corral pálida, muy pálida y conversando sola. Sus cabellos tenues y delicados, parecidos a la telaraña, se dispersaron delicadamente, como si alguien jugara con ellos. La madre miraba todo esto con terror en los ojos. En esos instantes una loca angustia oprimía su corazón, y sacando fuerzas de sus flaquezas acudió hacia ella y la abrazó con fuerza. La levantó y la retornó a su alcoba. Los evangelistas y ella velaron esa noche para que la niña durmiera tranquila. La madre no quería que llegara la noche, porque era un martirio para ella.

Otra noche se hallaban sentadas en el sofá de la sala, cuando de pronto escuchó el silbido y que las cosas empezaban a moverse sin causa alguna. La madre corrió para ver qué es lo que sucedía, pero, no encontró nada anormal. Al entrar a la habitación de su hija le dijo que no se preocupara, porque se trataba de su amiguito, un pequeño niño rubio, que siempre solía venir para que jugaran.

—Él está aquí, a mi lado mamá —dijo la niña.

—Yo no veo a nadie hijita —le respondió.

—Pero, yo sí, mamá.

Exaltada la abrazó y así con sus cuerpos juntos, permanecieron en silencio. Un fuerte ruido de la puerta les interrumpió sus meditaciones. Era su esposo que llegaba acompañado de dos evangelistas procedentes de Cartavio. Venían con biblia en mano. La señora dijo a su esposo:

—La niña a estado divagando… dice haber estado aquí su amiguito, un pequeño niño rubio.

—¡Calma, calma, mujer!… estos señores nos van a ayudar a resolver nuestro problema.

—Ojalá, así sea.

En esos instantes se respiraba ahí una atmósfera de dolor todo estaba envuelto por un aire de melancolía profunda e irremisible.

Cuando tocó las doce de la noche, los silbidos y los ruidos comenzaron a producirse. Esto incomodó a los padres de la niña, y los evangelistas muy espantados salieron de la casa.

Los padres no podían soportar esa situación. Dichas incoherencias que salían de la boca de su menor hija, con esos gritos espantosos, hicieron que fuera a ver al párroco de la localidad (Casa Grande). Le contaron con lujo de detalles lo que sucedía con su hijita a las doce de la noche.

El cura no le creía. —Esto es inaudito en pleno siglo xx —dijo muy exaltado.

—Si cree que son locuras, le invitamos a nuestra casa, hoy a las doce de la noche, le dijeron.

—No se preocupe, ahí estaré puntualmente —dijo el párroco.

Un cuarto para las doce, el cura ya se hallaba en la casa de la niña. Lo hicieron pasar y se sentaron en el sofá de la sala. La niña se encontraba dormida en su alcoba. A las doce en punto la niña comenzó a dar de gritos aterradores y desesperados:

—¡Mama, mamita! ¡Ven por favor!... ¡Estoy volando por los aires!

Al escuchar las palabras. Los tres corrieron. Al entrar a la alcoba, se quedaron estupefactos.

 —¡Mama bájame! —le repetía insistentemente la niña gritando aterrada de miedo.

Ante esa situación el párroco sacó una cruz y un escapulario de su sotana y con voz enérgica comenzó a decir:

—¡Espíritu del mal, en nombre de dios te pido que abandones esta casa! —al mismo tiempo que rociaba con agua bendita el cuarto.

Un buen rato el cura permaneció tembloroso, tambaleante. De pronto, todo se iluminó con una luz extraña, que entraba por las ventanas, llegando la calma y paz en esa casona. La niña no volvió a sufrir más, esos momentos horribles. A partir de la fecha comenzó a llevar vida normal. Gracias a la valentía de este párroco que dio dura pelea a este espíritu lleno de maldad.

Anónimo

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