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martes, 7 de diciembre de 2021

LA CHICHA DORADA

Siempre veía a mi abuelo en las noches que se adentraba al campo con machete y pala en mano a recorrer sus tierras. Y hubo una ocasión, donde después de la cena, aquel hombre tan sabio, me contó algo que constantemente él tiene presente en la memoria y, que cambió su forma de pensar, sobre aquellos misterios cuando la luz se apaga y la penumbra se asienta por todos lugares donde aún lo fantástico vive junto a lo real. Como dije: a mi abuelo le gustaba caminar mucho por el campo y, cuando la noche marcaba más allá de las doce, él salía con frecuencia a custodiar aquellas estaciones de su propiedad. Y una noche al encontrarlo mirando el negro y estrellado cielo, afuera de su casa de un aspecto rústico, me dijo:

—Hay que tenerle mucho respeto a la tierra hijo, y a las noches de luna llena.

—¿Y por qué me dice esto abuelo? —le pregunté un poco sorprendido.

—En los campos se guardan muchos secretos… —musito mi abuelo con la vista puesta en la luna.

—¿Alguna vez te encontraste con algo que nunca pudiste explicar? —le pregunté.

—Si —me dijo mirando el oscuro firmamento, donde la luna y las estrellas brillaban con esplendor.

—Cuéntame abuelo, ¿qué fue lo que encontraste? ¿o qué fue lo que viste?...

—Hace mucho tiempo… Cuando era joven. Siempre me gustaba ir en las noches montado en mi viejo asno, hasta llegar a la “Playa del Brujo”; un lugar muy cerca de aquí, que, a paso de burro, llegas casi al amanecer.

—¿Y qué fue lo que pudiste hallar cuando visitabas aquella lejana playa? —le pregunté.

—Cuando me dirigía por aquel camino donde a pocos metros ya se podía escuchar en total silencio de la madrugada, las olas del mar. Pude observar por un sendero que se desviaba hacia un costado y se habría hacia un bosque de algarrobos. Una extraña luz, como de hoguera. La curiosidad me hizo llegar hasta ahí, y en ese preciso lugar, un grupo de hombres estaban reunidos en medio de aquel campo, y en sus manos, cada uno llevaba un pequeño vaso con un líquido especial. Aquellos individuos, parecían estar celebrando algo, y sus rostros al beber pequeños sorbos de esas copas, se llenaban de felicidad.

—Pero eso es normal abuelo, la gente se pone feliz cuando bebe —le dije —. Muchas personas se reúnen en las noches para beber alumbrados por alguna fogata —agregue mirando sus ojos de un brillo especial.

—No hijo, esta gente que estaba reunida ahí y, que brindaban con estos vasos llenos de ese extraño líquido. Tenían el rostro rebosante de goce, paz y alegría. Como si algo celestial y puro los acariciaba y los miraba. Cerraban los ojos y sonreían en silencio. Sus expresiones eran de personas que habían encontrado algo maravilloso en su existencia y en esa bebida misteriosa.

—Seguramente estaban ebrios y aquello, era chicha. La bebida predilecta de los incas… La gente de ahora la sigue fabricando y bebiendo en sus reuniones en estos días —le dije.

—¡No hijo!... —respondió muy serio—. Eso fue lo que pensé en primera instancia. Pero esta bebida que tomaban estas personas era otra cosa. Y la verdad te digo, que, si sabía a chicha, pero no era una chicha común. Esta tenía un aspecto dorado y de un sabor único —dijo mi abuelo, mirándome directamente a los ojos.

—¿Entonces pudiste probarla?

—Sí, la probé y efectivamente sabía a chicha. Pero era una chicha única.

—Y qué más, cuéntame, ¿qué pasó luego?...

—Después de que se dieran cuenta que yo estaba mirándolos. Uno de ellos se me acercó y me dijo: “Bebe hermano, y verás a los espíritus de la madre tierra”. Cuando bebí un sorbo, primero no veía nada y tampoco sentía nada. Pero el sabor de esta chicha dorada, era algo celestial en tu paladar. Tanto que llamaba a la boca a beber más. De pronto asombrado, vi unas pequeñas luces que brotaban del suelo. Era algo mágico y único. Y sin esperar más, de pronto una sensación de paz sentí que se adentraba en mi alma, y sentí un amor inimaginable por aquellas lucecitas, que tenían una semejanza a la de las luciérnagas, que se me acercaban y me acariciaban y me transmitían algo nuevo y especial en mi ser. En todo este trance de felicidad y asombro, podía ver el equilibrio de las plantas y los animales, la paz de la callada noche y de sus criaturas que duermen entre los árboles y matorrales. Me desconecte de la tierra y me adentre al mundo de aquellos espíritus que estaban constantemente en rigurosa vigilia, y que cubriendo de su mágica vida todo lo natural y puro, hacían más maravillosa la noche en este lugar lleno de fauna y vida salvaje muy cerca del mar. Cuidando el sueño de toda vida que los rodea y de todos sus elementos —dijo esto mi abuelo, con los ojos brillosos de emoción.

Cuando termino de decir lo último, lo miré maravillado y le pregunté:

—¿Y qué pasó después? ¿Quién había fabricado esa chicha?

—Hijo. Fascinado por aquella experiencia, me dispuse a preguntar a uno de aquellos hombres sobre el origen de tal extraordinaria bebida. Y aquel hombre que se acercó primero y me ofreció la bebida, me contó esto: “Hace unos años, no muy lejos de aquí, en una huaca cerca al mar, donde también yacen unas extrañas ruinas. Encontraron unos huaqueros, unos cántaros llenos de este líquido misterioso y que, al verlo resplandeciente, se dispusieron a probarlo. Después de unas horas de beber, comenzaron a experimentar todas estas cosas maravillosas”.

—¿Entonces es una bebida que dejaron en las huacas aquellos que habitaban antiguamente estas tierras? —le dije yo muy sorprendido.

—¡Así es hijo! Aquellos huaqueros tenían en su poder, estos cántaros llenos de este fascinante líquido. 

—¿Y luego qué pasó, los volviste a ver nuevamente? —le pregunté emocionado por esta historia.

—Pasaron muchos días y no podía olvidar aquel encuentro con esos huaqueros. Les conté a todos sobre aquel evento de aquella noche. Pero nadie me creyó, incluso algunos amigos pensaban que había perdido la razón, cuando me encontraba en mi viejo asno camino a la playa. A esos hombres también los busque por el campo, y por el bosque de espinos y algarrobos cerca al mar. Por un tiempo me obsesione tanto que pensé también que me volvería loco por no encontrarlos. Pasaron los años y no los pude hallar. Me casé con tu abuela y a escondidas seguí recorriendo aquella playa en busca de esos huaqueros y su bebida especial. Ya después de mucho tiempo con el nacimiento de tu padre, olvidé aquel extraño suceso y nunca más volví a hablar sobre esto a nadie, hasta ahora que te lo cuento a ti. Pero te digo un secreto hijo… A veces, en las noches, aun salgo todavía en busca de estos hombres y su chicha dorada.

Mauricio Lozano