jueves, 13 de diciembre de 2018

LA LEYENDA DE LA TACONA

Una noche de invierno, donde la gente pasaba las horas a luz de vela, por los concurrentes cortes de electricidad. Escuche esta singular historia, mientras veía las calles en luz tenue, por el brillo peculiar que emiten las lámparas y velas, y que llegaban a alumbrar desde de sus ventanas, las callejuelas de este lugar. Y al relato que yo refiero, recordando aquellas noches, y en el caso, en que si yo no los podría aterrorizar, como a mí me aterrorizo, la historia de esta infeliz mujer y su endiablado padre. Cabe resaltar, que doy paso a esta misteriosa leyenda de “La Tacona”, que dejara en continua precaución al que transiten estas calles en noches oscuras, sin luna y sin luz.
En una pequeña casa del sector denominado como la “Parte Baja”, en el distrito de  Casa Grande. Vivía un longevo hombre, que había quedado viudo hace un buen tiempo, y que permaneció viviendo en su casa, con su única y adulta hija. Esta hija suya, era del deleite de ella, de salir en noches muy largas a fiestas y parrandas con las vecinas del lugar. Puesto que ella tenía muy buen cuerpo y era del goce del quien lo viera pasar por las calles y avenidas, haciendo siempre sonar sus zapatos de taco alto.
Su padre un testarudo anciano, tenía la casa en un estado impecable y bien mantenida, pese a que casi nunca, se podía ver a alguien haciéndole arreglos, y a que la envidia de los vecinos lo tildaban de brujo. Los niños de su barrio le tiran piedras y las feligresas, al salir de la iglesia, aceleran el paso al verlo, ya que para ellas, era  como si vieran al mismo lucifer.
El anciano por otra parte, sólo se disponía  con armar gruesas cuerdas fuera de su casa, sin mucho apuro ni mucha preocupación, y sin medir el tiempo, y más por que el dinero de su manutención diaria, le llegaba de unos  sembríos de maíz de su propiedad en el anexo de Mocan.
Este hombre, era tildado por la gente de brujo y más en aquellas noches donde por las ventanas de su casa, algunos afirmaban haberlo visto haciendo pacto con el diablo.
Su hija, una mujer muy hermosa, siempre se la podía ver muy bien vestida y siempre llevando aquellos zapatos de tacón alto, para resaltar más su esculpida figura. He ahí con el paso del tiempo, cuando se la veía bailar en las fiestas y en algunas cantinas de Casa Grande, le pusieron de sobrenombre “La Tacona”. Los hombres morían por bailar con ella, y hasta pleitos se armaban tan solo por pasar un rato con ella en la pista de baile.
Una noche, cuando se disponía a regresar a su casa, en horas muy altas. Se dio cuenta que un auto la estaba siguiendo desde una distancia, cuando de repente, dos hombres bajaron y con forcejeos la metieron al carro y emprendieron veloz carrera, con los gritos de la dama que desesperada, pedía quien la socorriera.
Aquellos hombres la llevaron muy lejos de la urbe. Se perdieron con su asustada presa, a una distancia del cementerio de Casa Grande. Donde por entre unos cuarteles de caña, la violaron ferozmente. Para después abandonarla por la misma calle donde la encontraron caminando sola.
Cuando aquella mujer llega a su casa, su padre al verla cubierta de lodo y con las manos llenas de sangre por la ferocidad de las agresiones hacia su rostro. Con una cólera endiablada, le exige que abandone la casa y que si viniera a parecerse nuevamente cerca de su vista. Sus manos tomarían otras medidas.
Cuando al verla partir en medio de la madrugada. Aquel anciano, susurro en modo de maldición “Esta noche mi hija a muerto…”.
En su desesperación aquella mujer, salió muy lejos del poblado de Casa Grande. Incluso perdiéndose por entre las grandes hectáreas de caña de azúcar, donde juró a los infiernos su venganza.
Tiempo después, una calurosa noche, ven aparecer entrar por la puerta de un bar, una hermosa mujer de tacones altos, y si, como se lo pueden imaginar, era aquella mujer que fue brutalmente violada hace un tiempo. Y que en el momento en que su padre la desterró de su casa, cambió totalmente su destino y su vida, que entre lágrimas y gritos de dolor, juro aquella noche, que nadie volvería a tocarla, ni agredir físicamente en el nombre de aquella canallada de aquellos hombre y de la maldición que su padre le había hecho, al exiliarla de su hogar en el momento más tortuoso de su vida.
En el bar, los hombre que ebrios se le quedaron mirando al entrar y que fascinados por su placentera figura la observaba desde sus mesas, buscaban con la mirada sus ojos y en el mayor de los casos, se acercaban para poder invitarla a bailar y a entablar charla con ella, ofreciéndole cualquier cosa que ella pidiera. Pasaba la noche, ella en aquellos bares saliendo en rumbo desconocido con alguno que le pareciera amigable y pasaron los días frecuentando las cantinas y los bares, y se la veía en raras ocasiones de la mano con algún incauto por las solariegas calles y llevándolos muy lejos del pueblo. Hasta que en medio del campo abandonado, por entre los cuarteles de caña, se escuchaban gritos  de desesperación de los hombres que se atrevían en salir con ella. Algunos salían con el rostro desencajado por el susto, otros, con babas en la boca y en el peor de los casos, solo amanecian muertos entre los cañaverales.
Ya que los que pudieron vivir para contarlo, afirmaban que la mujer se convertía en una espeluznante figura esquelética, que se asemejaba a la muerte misma.
Por eso, cuando llegaba la noche, y la energía eléctrica era cortada, y, podías escuchar pasos de tacos altos. La gente murmuraba “Ahí bien la Tacona…”. Y decían los ancianos, cuidado con la Tacona, que si sus pasos se escuchan lejos, es que está cerca y si se escuchan cerca, es que la Tacona anda lejos.



Mauricio Lozano

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