martes, 6 de noviembre de 2018

EL FLAGELADOR DE LAS ALMAS



Pasada la media noche de un invernal mes, donde la fría y húmeda madrugada despertaba en la soledad la calma y la finalidad del cansancio después de  un día laborable de un hombre que retornaba lentamente a casa. Y que al pasar de los años de transitar por estos lugares, nunca se había chocado con malhechor o gente de malvivir que también circulaban en altas horas de la madruga esas sendas.
Se divisar con aquel lúgubre camino entre la penumbra y con la luz de la luna, la silueta de este trabajador que tenía como tarea, el riego de los campos de caña de azúcar de la antes llamada: Cooperativa Agraria Azucarera Casa Grande.
Aquel padre de familia, que con mochila y pala en mano, y que sin miedo alguno, se adentraba diariamente, por aquellos ya conocidos caminos por él, y en pasos de agotamiento por la ardua faena en medio de un laberíntico pasaje de cañaverales inundado de una escasa y gélida niebla. Encendía algún cigarrillo para apaciguar el frió y contrarrestar los aires de la mala noche.
En su recorrido, entre las espigadas y puntiagudas cañas, apenas se escuchaba el bullicio de algunos insectos y aves nocturnas que acompañaban su transitar por aquel silencioso lugar.
Esos camino era habituales y rutinarios en su trajín diario y que afanoso los transitaba  después de terminar sus labores de campo; pero en esta ocasión, invadido por la curiosidad, decidió ir por otra travesía -como para cortar camino- y, en ese trance se dijo a sí mismo; sin imaginar a donde conducía esta vía.
“Esta vez quiero llegar más temprano… cortare camino por esta calle de cañaverales, para llegar antes del amanecer a casa”
Pasaron varios minutos de su caminata por esta nueva senda, cuando de pronto escucho y diviso a lo lejos una misteriosa y antigua carreta jalada por un par de caballos que iba haciendo un estremecedor ruido metálico con las ruedas y herraduras sobre el asfalto de la carretera.
       Al perderse entre el silencio de la noche y al acercarse sigilosamente sin presagiar, se dio con la sorpresa de que el camino conducía a un antiguo cementerio, y, al pasar por ahí, vio que un poderoso personaje de extrañísima y elegante apariencia vestido de traje oscuro y sobrero de copa, salía del panteón. Y con un estridente látigo que hacía retumbar cada vez que chocaba con el suelo, flagelaba a una gran multitud de condenadas almas que no encontraban la paz eterna. Este sombrío sujeto, dispersaba con su látigo a aquellos condenados espíritus y lograba desaparecerlos entre la oscuridad de la noche. Entre tanto que flagela aquellas perdidas almas, se dio cuenta de la presencia del regador que pasaba por el lugar, y empezó a seguirlo rápidamente con el látigo y con la intención de agredirle; pero aquel hombre, corrió tan rápido como pudo, y se perdió dentro de los cañaverales, para ponerse a buen resguardo y llegar antes del amanecer a su casa.


Anónimo

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