Por
la tarde, mi abuelo solía decir que en aquel pozo que él tapo. Solía cantar una
gallareta que anunciaba un fenómeno poco natural en todo el resplandor del
ocaso. Y que él, por mucho tiempo temió de aquello, hasta que una noche, con
escopeta en mano, salió a enfrentarlo.
Hace
unos años, cuando los hijos e hijas de mi abuelo eran todavía chicos, había un
pozo donde muy cerca de ahí, aquel patriarca y dueño de un fundo, tenía
hectáreas sembradas por maíz y otros cultivos. Entre días de sol y en compañía
de mi abuela, se dispuso a vivir en medio del campo con todos los trajines del día
a día, luchando y trabajando arduamente sin descanso. La vida campestre, forma una
existencia única en los hombres que subsisten cultivando de la tierra. Sus
mentes y sus cuerpos llenos de vigor y salud se optimizan bajo el sol, siempre
vigilando lo que siembran. Las noches eran calmadas y las tardes de brisa
silvestre, eran un disfrute de paz, acompañado por las cantoras aves que
también ahí habitan.
Pero
un día cuando él se encontraba trabajando muy lejos de lo habitual, divisa
entre la bruma soleada una silueta que viene gritando su nombre desde un camino
que tiene como fin su rustica casa. Cuando él, al acercase más para ver quien
remotamente viene a darle el encuentro. Se dio con la sorpresa, que era la
mayor de sus hijas que venía a enunciarle un triste hecho.
Y
aconteció ese día, que otra de sus hijas, hallo ahogado en aquel pozo, al peón
que, por mucho tiempo, le ayudaba en la chacra. Y que muy cerca vivía con su
joven esposa, y, que, justamente no había sabido de él por varios días. Que,
desde luego justo en este amanecer, aquella hija suya, lo había encontrado muerto
por ahogamiento en aquel pozo donde mi abuelo sacaba agua para regar con un
motor las adyacentes hectáreas de maíz y una pequeña huerta donde tenía
cultivado zanahorias, lechugas y otras clases de hortalizas.
Aquella
hija suya, al ver tal terrorífico hallazgo, salió corriendo a la casa con el corazón
y los nervios alterados y, más, por que a tan solo a su corta edad haya
experimentado tal terrorífico hecho, en un día rutinario para ella, que tenía
como afán, ir por esa parte del campo para ayudar con el riego de las legumbres
y demás frutos y que incluso, a veces, iba por los caminos buscado mariposas y
flores silvestres en las orillas de las lagunas y acequias. Pero ese día, aquel
suso tan espelúznate. Quedaría por mucho tiempo.
Ella
había salido muy temprano de la casa como la mente puesta en que sus flores y
rosales tenga la tierra húmeda, y al acercarse para sacar agua de la charca con
un balde. Ve que el cuerpo sin vida de este hombre, salía a flote, dejando
descubierto todo su cuerpo hinchado por el tiempo que había estado
descomponiéndose en el fondo del pozo.
Cuando
mi abuelo llego a la casa, encontró a su pequeña hija, aun todavía sollozando
por el susto y, al ver a su padre llegar, fue acudiendo en paso veloz a sus
brazos y le cuenta lo sucedido, murmurando y tartamudeando nerviosamente entre
llantos producido por la funesta imagen de aquel hombre que salió flotando cuando
ella se acercaba a las orillas del charco a sacar agua.
Inmediatamente
mi abuelo, fue a ver de qué se trataba y si de verdad era su peón quien se
había ahogado, o algún vecino había caído o quien tuvo la desdicha de caer,
hasta pudo haber sido un ladrón y que fue víctima de las aguas de la profunda
charca. Al llegar en compañía de su mayor hijo, pudo ver flotando todavía el
cuerpo y al divisarlo por un costado, se da con la sorpresa que era aquel peón
suyo que vivía justamente en una provisoria choza que se le había construido
muy cerca del pozo y que había veces donde él iba de visita a la casa de su
padre.
Después
de que pasaran por todos los pormenores de recoger al muerto, hacer la
investigación de este trágico hecho y entregarlo a la familia para que procedan
hacerle cristiana sepultura. Mi abuelo fue a ver el pozo, ya que le dejo un
sentimiento de inseguridad y de tristeza por lo ya antes ocurrido. Y ahí
pensando el, en este trágico hecho en sus tierras, pudo escuchar el canto de
una gallareta que salía desde lo profundo de unos juncos y que al mismo tiempo
anunciaba el crepúsculo.
Para
la tranquilidad de mi abuelo, el canto de las aves es sinónimo de pureza y paz.
Con eso el regreso a su casa con despreocupación.
Desde
ese día, siempre a la misma hora aquella gallareta cantaba y anunciaba el
término de la tarde para dar paso a la constelada noche. En medio de otros
cantos de otras aves que regresaban a sus dormideros y otras que también
partían en busca de algún frondoso árbol donde pernoctar.
Y
los días pasaron y los finales de las tardes eran avisados por el canto de
aquella gallareta. Y siempre con ese peculiar sonido que repercutía en el
anaranjado cielo. Y llego un día, en donde mi abuelo se dispuso a regar en
horas de la noche con su motor, acompañado tan solo por dos de sus perros. Y en
ese trayecto, pudo divisar un bulto blanco que yacía al costado entre las ramas
de un viejo espino, y que tenía la forma de un ave, y al verlo, solo duro un
instante; ya que inmediatamente aquella inusitada ave, hecho a volar entre la
negruzca noche.
Pasaron
muchos días, y mi abuelo se quedó consternado por lo que había visto esa noche.
Y la curiosidad lo embargo por completo y de vez en cuando salía en busca de aquella
blanca ave que lo dejo pensativo y que dejo en él, un sentimiento de inquietud
y misterio.
Muchas
noches hubo donde el pasaba por aquel espino cerca del pozo, en ese mismo
estanque donde habían encontrado aquel peón suyo ahogado y que también
anunciaba la noche el canto de aquella gallareta. Y sucedió que una de estas tantas oscuras
noches, fue a escuchar el canto de aquella ave, mucho más cerca y como era
habitual, y a la misma hora, sucedió este sonoro canto. Y mucho después de las primeras horas de la tarde y
ya con sol ocultándose en la paz del horizonte, mi abuelo siguió esperando ese
lugar, acostado tan solo por la visita de aquella misteriosa blanca ave, y se
quedó hasta la media noche, mirando las estrellas y la luna que se escondía
entre trasparentes nubes y en la calma que se había instalado en ese lugar,
solo era perturbado por el sonido de algunos grillos, el sonido del agua
corriendo por la acequia y el revoloteo de algunos peces que se dispone a casar
insectos en las orillas de la poza. Cuando repentinamente, ve que de entre los
juncos de la poza, sale aquella ave blanca que lo había dejado turbado
anteriormente, y que, al prender un corto vuelo, inmediatamente la vio meterse
entre las ramas de aquel vecino espino. Para su desconcierto de él, todo eso
sucedía desde donde el yacía apostado entre unas crecidas hiervas al costado de
una acequia. Se quedó observándola anonadado y agudizando la vista vio que era
una gallareta color blanco para su asombro. Desconcertado, incluso en ese mismo
instante se dispuso a cantar entre la penumbra de la noche. Al mismo tiempo
donde el ave estaba en sonoro concierto nocturno, desde los juncos de la
alberca de donde había salido, se podían escuchar tenebrosos llantos que hicieron
que mi abuelo se levantase en paralizante susto por lo que estaba escuchando y
salir corriendo del lugar.
Cuando
llego a su casa, le conto esto a mi abuela y solo se dispusieron en orar para
dar descanso eterno a esta condenada alma del ahogado de aquel pozo.
Mucho
tiempo paso en que se podía oír en las noches el canto de aquella ave y también
algunas noches decían algunos peones y gente que transitaba por esas horas muy
cerca del este tenebroso charco, el llanto de esta condenada alma.
Mi
abuelo pasó sus días en total comunión con su vida de agricultor en su casa con
su esposa y sus hijos, evitando estar en horas de la noche pasar por aquella
poza. Tiempo después, en donde mi abuelo regresando de su jornada después de
regar en horas de la noche sus cultivos de caña de azúcar. Pudo ver desde lejos
a aquella ave una vez más y teniendo la escopeta en mano. Fue decidido a acabar
con este asunto que muchos años lo había tenido en la mente. Armando de coraje,
fue atravesando el campo entre la oscuridad de la noche y precisamente estaba
ocurriendo todo lo que una vez pudo oír y ver; cuando de repente sin pensarlo
mucho, y asomándose por unos crecidos arbustos, apunto el cañón de escopeta a
aquella ave blanca. Y en la oscuridad de la noche. Se escuchó un disparo que
asusto hasta los perros de las granjas vecinas que lejanamente hacían escuchar
sus ladridos. Había sido mi abuelo que le había disparado a aquel pálido animal
y que sin dejar rastro desapareció entre las ramas del espino.
En
los días posteriores, nunca más se la vio, es más, ni se la pudo escuchar
cantar más y tampoco se podía oír aquellos tenebrosos llantos que salían de
aquella charca. Pasaron los días y mi abuelo, tapo aquel paso y corto aquel
espino y así dio por concluido todo mal recuerdo de lo que una vez mi abuelo y
su familia pudieron experimentar con un hecho que si bien supera los límites de
la ficción fue tan real que hasta ahora se cuenta en algunas reuniones.
Mauricio Lozano
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