En el convento de Santo Domingo de Guzmán
en el poblado de Chicama. Existían dentro del sagrado recinto, un joven cura
que fiel a sus votos. Serbia a la población de una manera especial y
comprometedora. Con el tiempo fue ganándose el cariño de sus superiores y al
verlo tan cumplidor con su fe católica y con la gente necesitada. Le ofrecieron
estar a cargo del huerto monacal, con lo cual aceptó gustosamente tal digno
puesto.
Un día, cuando se disponía a regar el
huerto junto con algunas personas que lo ayudaban en su sacrificada tarea. Vio
que el agua era retenida más adelante, y al investigar sobre el porqué del poco
caudal del río. Pasando por las tierras de don Eliseo Benítez. Se dio con la
sorpresa, de que la hija mayor de aquel hombre. Se estaba bañando como dios la
trajo al mundo.
El cura, maravillado por tal espectáculo,
se quedó viéndola desde una distancia por varias horas. Hasta que la hermosa
manceba, dejó al anochecer el lugar.
Con el tiempo, el cura, iba cada vez que
se proponía, ir a visitar la casa de don Eliseo, pero más que nada, ir a verla
a su hermosa hija, que días atrás lo había dejado embobado. Cuando de repente,
sin esperar más, se presentó ante la preciosa muchacha en el lugar donde por
primera vez, escondido la vio en su danza desnuda con el agua de aquel arroyo.
Desde ese día. Largos atardeceres eran
contemplados por la dulce pareja, a orillas del río. Se escondían por los
campos hasta el anochecer, consumando su amor en actos pecaminosos. El cura, no
dudo en dejarse llevar por los placeres de la carne, cuando la veía delante de
él, desnuda, tan solo alumbrando su cuerpo por la luz de la luna, o también por
la luz de una lámpara de kerosene, cuando la llevaba a una estancia que
consiguió lejos del pueblo.
De tanto amor que el cura y la hermosa
muchacha se daban mutuamente. Pudieron concebir un hijo. Y el padre de la joven
que tenía otros planes de casamiento de la mayor de sus hijas. Hirviendo en
cólera, aprisionó en su casa a la que él decía rabia endemoniada, que hubiese
mejor muerto antes de nacer.
El encolerizado padre, mandó a llamar a
una matrona para que, con pócimas, le haga abortar y así acabar con este
asunto.
El cura por otra parte, fue en busca de la
salvación de la que ya por sus manos había sido su mujer y, la de su hijo que
fue consumado por parte del amor que se tenían los dos.
Muy lejos ya de perder sus votos
sacerdotales, muy lejos de ser excomulgado del convento. Decidido, quiso luchar
por el amor de la hija de don Eliseo. Pero aquella noche, cuando la matrona le
daba de beber aquellas pócimas. La doncella no pudo soportar los efectos del
brebaje y murió junto con él bebe que tenía dentro.
El joven cura, llegó cuando agonizaba, y
le dijo: Nuestro bebé murió, te esperare en el cielo.
Y al salir de aquella habitación donde su
endemoniado padre reía por la muerte de su hija y el dolor que le producía este
macabro acto al cura. Salió corriendo directo al campanario de aquel convento.
Y tirando de las campanas para que todo el poblado escuchara sobre la muerte de
su ama, desde ese lugar, anunció mirando los ojos de don Eliseo donde en abajo,
lo divisaba dentro de toda la multitud. Y le dijo: don Eliseo, quiere más
venganza, ya la tendrá.
Y el cura, en sufrimiento por la muerte de
su bebé y su adorada mujer, desde aquel lugar, se arrojó al suelo cual ave
herida.
Desde ese momento, el pueblo de Chicama en
horas de la noche, cuando la luna está en cuarto menguante. Pueden ver la
silueta de un cura que busca su cabeza, y que pasea por las calles en camino
hacia la casa de don Eliseo.
Por todo el Valle de Chicama lo han podido
ver desde entonces, dando gritos lastimeros llamando a su amada. Algunas
personas cuentan, que, en primera vista, lo han logrado ver como si fuera un
perro negro en la calle, pero cuando se acercan a aquello. Ven claramente a
este cura, sin su cabeza.
En el poblado de Roma, lo han visto muy
cerca de las acequias y también en noche más oscuras, lo ven salir de aquella
casona llamada “La Contrata” y otras veces a mitad de las calles de los sembríos
de caña de azúcar.
Por eso, cuando vayas al Valle de Chicama
y camines por su campos y calles en horas de la noche, nunca pases solo por los
lugares donde hay sombras, porque no vayas a encontrarte con el cura sin
cabeza.
Mauricio Lozano
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