martes, 9 de diciembre de 2014

El TESORO DEL CERRO CUCULICOTE



CUCULICOTE es una angosta quebrada que está al noroeste de Ascope. Su laberíntica es de tal naturaleza que se presta para ocultaciones y sorpresas. Según  los pobladores del lugar, mencionan seres extraños que salen en días  donde la luna y fuerzas del universo cambian el ambiente de  la tierra. Llegando  a pensar que ahí mismo se habré un portal entre el infierno y  este mundo. Los antiguos pobladores tuvieron siempre temor de aventurarse por esos senderos y vericuetos, donde la fama señalaba guaridas de ladrones. Los viejos Ascopanos se complacían en relatar las hazañas y peripecias de los antiguos bandoleros, que al parecer también lidiaban con fuerzas desconocidas que habitan  las quebradas de este misterioso recinto.


“En la época colonial hubo una partida de audaces amigos de lo ajeno, que tenían su palenque (sitio o lugar señalando como su propiedad exclusiva) en ese lugar, donde llegaron a enterrar sumas fabulosas. Se tuvo noticia del tapado (tesoro enterrado) porque un soldado echeniquista, en la época de la revolución de Castilla, llegó herido a Ascope, y a un señor Don José Mercedes Tello (padre del señor Manuel Tello), le dio en agradecimiento por sus atenciones, un derrotero, mostrándole las monedas de la época colonial que él ya había encontrado.


Comenzó entonces el afán de la búsqueda. Tello organizó trabajos y la gente ascopana vieron salir grupos de hombres que discretamente husmeaban en el Cuculicote. Tello fracasó y le siguió en su afán por encontrar el famoso entierro del palenque, Don Ambrosio Dávila y luego Don José María Saldaña y Don José Padilla, pero ninguno dio con el Sésamo ¿Burlóse el soldado? Tal vez. ¿No han sabido buscar los perseguidores de ese gran entierro? El hecho es que hasta ahora se habla como de una realidad, no por oculta menos cierta, de aquel entierro con el que, según la leyenda, podría salir de pobre el afortunado mortal que lo encontrará. Si lograrían   enfrenta también, a los seres mágicos que cuidan con recelo   aquel tesoro.


Rafael Rodríguez

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