La presente, es una historia muy peculiar, sucedió a una anciana mujer, que vivía antiguamente por la Av. Libertad (3ª cuadra) a la altura donde se desviaba una acequia hacia la parte baja, en dirección donde hoy se ubica la Escuela “Víctor Márquez Elorreaga” en el anexo de Sausal.
Relata que en las noches a cierta hora, se escuchaba débiles ruidos, poco perceptibles al oído humano, si solamente la noche estaba silenciosa, pero la percepción de los cuyes era completa, pues se alborotaban de tal manera que había que levantarse y con la presencia de una persona en el cuyero estos animales se calmaban. Cierta oportunidad la anciana quedó profundamente dormida por el cansancio de su trabajo diario, ella tejía colchas, chompas, etc. Una persona muy solicitada por sus trabajos. Llegada la medianoche le pareció que abrieron la puerta de la calle, ella aún soñolienta se levantó para enterarse de lo que sucedía, pero la puerta estaba con cerrojo. Al darse vuelta para retornar a su cama ante ella apareció un caballero alto con pantalón negro y camisa crema, ella muy asustada, pero con mucho valor y coraje, se le enfrentó diciéndole.
— ¿Qué quieres en mi casa…?
Increíblemente, el hombre le habló diciéndole que era una mujer valiente y que le va a contar algo muy personal y si podría escucharlo, ante el consentimiento de la anciana, empezó a detallarle su historia.
El accidental caballero era un próspero comerciante que negociaba ganado que traía de la sierra hacia Ascope, Casa Grande y Trujillo. En cierta oportunidad los bandoleros ya lo tenían en la mira, él andaba sólo y sin protección. Cuando ya de regreso pasaba por Sausal, fue asaltado y despojado de todas sus ganancias y todas las cosas de valor, pero al identificarlos a los ladrones, ellos sin dudar decidieron matarlo, para no dejar evidencia alguna que los pueda delatar en adelante, lo enterraron en una casa abandonada en el lugar del hecho, huyeron llevándose todas sus pertenencias. La anciana escuchaba con mucha atención mirándole fijamente a su visitante, quien le habló de la siguiente manera a la dueña de casa:
—“Ahora quiero que desentierres mis huesos y los entierres en donde deben estar, en el cementerio,… si lo haces, dejaré de molestarte, porque recién descansaré en paz”.
Pero la anciana le cruzó a la mente otra idea, que le planteó de la siguiente manera.
— Si te quedaras acá, dónde estás, nadie te molestaría, necesito tu presencia, serías mi amigo y servirás de guardián de la casa.
Él, le permitió contestándole afirmativamente, admitiendo la petición; luego desapareció en el acto. La gente cuenta que muchas veces han sido asustados, el caballero nocturno llevaba siempre ropa estrafalaria de muchos colores, se tendía en el puente (de la acequia altura del Monumento de “Víctor Raúl Haya de la Torre”) para no dejarlos pasar, la gente temerosa esperaba que pase la “mala hora” miraban atónitos cuando ingresaba a la casa de enfrente (de la susodicha mujer), entraba sin abrir la puerta, entonces recién podían cruzar el puente para continuar su destino.
Muchos cuentan que la anciana murió con locura, no lo hizo en sus cabales. Luego del fallecimiento, la Empresa, designó la casa a una joven pareja de casados, que también empezaron a escuchar los ruidos sospechosos, el esposo salió a enfrentarlo, el caballero le dijo que no le haría daño, pidiéndole prestado al nuevo inquilino su pañuelo, luego vaya a descansar tranquilo. Este accedió y fue a dormir, en la mañana siguiente, cuando el muchacho se levantó encontró a su pañuelo en el corral. De inmediato se imaginó que se trataba de un entierro, sin dudar más se puso manos a la obra con la finalidad de conseguir la tranquilidad de su familia en la nueva casa. Tomó pala y barreta e hizo un hueco en el lugar donde indicaba el pañuelo, descubriendo efectivamente huesos humanos, los colocó en un costal para llevarlos al cementerio a enterrarlos. Desde ese momento en la casa jamás se oyeron los ruidos y el alboroto de los animales domésticos, como siempre había sucedido, hasta ahora reina la paz y la tranquilidad.
Enrique Arana Tafur
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