Cuentan esta historia unos niños…
Era ya la una de la madrugada. Nuestros padres nos llamaban insistentes para ir a dormir; pero como había luna llena, nosotros seguíamos jugando, éramos ocho niños que jugábamos sin luz en la calle.
Jugábamos a las escondidas, en pleno juego tratando de desaparecer de la vista del buscador, nos encontrábamos frente a un recinto algo viejo y antiguo, cuando de pronto vimos salir de este corral un burrito blanco como la nieve, de pelo fino y suavecito, que rebuznaba alegremente. Nunca antes lo habíamos visto, pero aunque nos sorprendió, no nos asustó; por eso montamos el hermoso burrito. Ganado por el entusiasmo, seguí el ejemplo de todos y como aún quedaba espacio, mis amigos siguieron subiendo uno tras uno. Pero no nos dábamos cuenta que el pollino se iba estirando cada vez más, porque siempre había espacio para otro uno de nosotros.
Yo era medio palomilla y quise jugarles una broma a mis compañeros, salté del lomo del animal y extraje un cuchillo que llevaba en el bolso y le pique en varias partes del anca. El curioso animal reaccionando ante el dolor, dio un tremendo salto, que derribó a los 7 jinetes y desapareció. Ante la violenta votada, el llanto y los gritos nos dominó a todos, por lo que nuestros padres salieron asustados para ver lo que nos había ocurrido.
En medio de la confusión y la sorpresa, alguien gritó —¡Azufre! —exclamó uno de los mayores que miraba extrañado el suelo —¡Aquí ha estado el diablo! —dijo otro de los padres.
Nosotros nos quedamos inconscientes, boqueando y espumando. No sé cómo nos llevaron a casa ni cómo nos curaron, recuerdo que nos daban agua del susto, nos pasaban por el cuerpo hierbas muy fuertes y a uno de nosotros lo llevaron rápidamente a un curandero.
Yo solo pensé hacer una broma, ahora pienso que de no haber hecho aquello no sé donde habíamos ido a parar.
Cuento popular de Casa Grande
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