Su nombre
era repetido con temor y respeto por todos los habitantes del Valle Chicama, y
no era para menos. Su presencia había sembrado el terror en la zona de
Mocollope, una pequeña población situada a 3 km. de Chocope. Nadie podía
transitar por ese pasaje después de las diez de la noche, porque cuentan
testigos presénciales que se les presentaba la gringa, una hermosa mujer de
cabellos dorados, tez blanca y cuerpo escultural, acompañada de un enorme
perro.
El personaje
misterioso se confundía con la sombras de la noche; pero no dejaba de reflejar
la luz de la luna, su bien formado cuerpo, provocativo que hacia juego con el
riguroso negro que vestía. Era vista con frecuencia por los hombres del
volante, a la altura del centro La Piedra Bruja; hoy conocido como el Cerro
Mocollope.
Díaz
Mantilla, un viejo Ascopano, alto y de carácter fuerte, que no se asustaba así
nomás, menos creía en apariciones, tuvo la desagradable fortuna de encontrarla,
un martes de 1955. Retornaba a Ascope, a eso de la una de la mañana, después de
asistir a una fiesta familiar en Sintuco. Como no quería preocupar a su familia
por la tardanza, en vez de regresar por Chocope, tomo la vía de Mocollope,
antiguo camino entre Trujillo y la Hacienda Casa Grande. Iba pensando en la
larga caminata que le faltaba recorrer. Al llegar al Cerro Mocollope, un cierto
escalofrío invadió su cuerpo, sin preocuparse de la rígida soledad. Manejaba un
moderno auto azul.
Al terminar
el cerro observo que una chica rubia le hacía señas desesperadamente para que
parara. Entonces, bajo la velocidad. Que problemas tendrá esa hermosa chica,
pensó entre sí. Delante de ella, el chofer quedo atónito al ver que
extraordinaria belleza. Se la veía realmente angustiada.
— ¿A dónde va señorita?
—Voy a Casa
Grande, es una emergencia.
— ¡Suba!
La gringa,
de rostro finamente moldeado y de unos 18 años de edad, se acercó a la puerta
trasera con la intención de subir. Los minutos pasaban inexorablemente y no
había cuando lo haga. La demora preocupó al piloto. Bajó del auto para ver qué
es lo que ocurría y no encontró a nadie. Miró por todos lados. Revisó las
llantas.
— ¿Qué raro?
—Dijo el señor Díaz— Juraría que fue una mujer muy hermosa ¿Pero qué pasó?
¿Dónde se metió? —dijo.
Las muchas interrogantes que se formulaba le
hicieron sentirse mal. Por primera vez experimentó miedo. Sin decir una sola
palabra y con el semblante aterrorizado abordo el vehículo y emprendió una
veloz carrera, que parecía una competencia automovilística. No paró hasta
llegar a Ascope. La impresión fue tremenda, que en sus ojos se reflejaba el más
intenso espanto. Temblaba y no podía articular palabras. Su esposa e hijos al
verlo en ese estado, quedaron estupefactos. Lo recostaron en un sofá y ahí se
durmió. Ocho horas después despertó. Una sonrisa se dibujaba en su rostro al verse
rodeado por su familia. Les narró todo lo sucedido.
Otro caso. En
octubre de 1962. Pedro Luna, que viajaba en su auto por esos lares y sin
sospechar que una terrible aventura le esperaba, a la altura del centro
Mocollope. Luna era un hombre de negocios que venía de Lima a Casa Grande.
Manejaba tranquilamente cuando de pronto frenó bruscamente — ¿Que paso? —Una
gringa que parecía estar en apuros estaba en la pista. Intrigado por tan
conmovedor cuadro “ver a una mujer bonita a esa hora por un paraje desolado”
estacionó el carro delante de ella y le preguntó.
— ¿A dónde
va señorita?
—Tengo
urgencia de ir a Casa Grande, señor.
— Entonces,
suba pronto que está haciendo mucho frío. Usted lleva un vestido muy fino.
—Gracias
dijo ella.
El auto
siguió su marcha. Ninguno de los dos ocupantes decía letra alguna, aunque al
chofer le comía la boca por armarle conversación. Recién por el lugar
denominado “Zancudo” se animó. Alzo la mirada por el espejo retrovisor y
constató que el asiento trasero estaba vacío.
Qué, dijo. No puede ser. Si yo la vi subir. Armado de valor y empecinado por esclarecer el misterio, bajo del auto, abrió la puerta, revisó las llantas, y no halló nada anormal. Solo un airecillo que corría con dirección a la población azucarera parecía aconsejarle: Vete y así lo hizo.
Qué, dijo. No puede ser. Si yo la vi subir. Armado de valor y empecinado por esclarecer el misterio, bajo del auto, abrió la puerta, revisó las llantas, y no halló nada anormal. Solo un airecillo que corría con dirección a la población azucarera parecía aconsejarle: Vete y así lo hizo.
Muchos han
sido los testigos de la presencia de la hermosa dama. Nadie descifra el
misterio hasta la fecha.
Luis Chuquipoma Muñoz
1 comentario:
Bn esta muy. Bn
Ok
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