Un viejo sembrador de San José, una noche de luna
llena, con los viejos caminos y los campos iluminados con mucha claridad, iba
andando con su palana en el hombro y con puñado de hojas de coca en la boca,
masticando lentamente. De pronto, vio que en la huaca del zapato había una luz
que irradiaba un fuerte resplandor, de donde salía un extraño ruido como el de
las olas del mar. Una pesadez embargo su cuerpo y su espíritu. Llevado por la
curiosidad, se acercó con un poco de temor. De repente, vio una planta de
limones que tenía esos hermosos frutos amarillos que en la oscuridad de la
noche brillaban intensamente y se mecían sin que ningún viento soplara,
invitándolos a cogerlos.
Como sabía que en esa huaca nadie había sembrado
limones, tuvo miedo de cogerlos. No atinaba que hacer, quiso correr y huir pero
no podía moverse. Se quedó estático, empezó a temblar hasta que sacando un poco
de valor y fuerza desde lo más hondo de su ser, estiro la mano y evitando que
las espinas del limonero lo hieran, cogió dos limones, los más cercanos y
fáciles de tomarlos. Los guardo en sus bolsillos y sin mirar hacia atrás salió
corriendo, sintiendo que alguien lo seguía.
Muchas voces y ruidos salían detrás de él pero no les
hizo caso y corrió,… corrió como loco, cruzo los campos, salto acequias y por
fin desfalleciente, sin aliento, llego a su casa, entro sin decir nada, ingreso
a su dormitorio y se quedó dormido hasta el día siguiente.
Al despertar por la mañana, no se acordaba de la
aventura pasada durante la noche pero sentía un profundo dolor de cabeza y su
garganta reseca. Como pudo se levantó para tomar un poco de agua y meter la
mano a su bolsillo dio con los limones, pero su sorpresa fue mayor, cuando al
sacarlo vio que esos limones eran de oro, entonces recordó lo que le había
pasado.
Dicen que con ese oro compro más tierras y llego hacer
un próspero agricultor de la zona.
Miguel M.
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