Dos albañiles que estaban reforzando las columnas de la vieja
casona conocida como “El palomar”. Una antigua construcción que pertenecía a
los primeros dueños de la hacienda Casa Grande, en Perú. Encontraron algo
maldito y peligroso, cuando excavaron bajo las bases de esta mansión. Y sucedió
que aquellos maestros de construcción, hallaron en lo profundo de los
cimientos; dos barras de oro sólido. Y la ambición se apoderó de aquellos
obreros, que sin saber cómo reaccionar a semejante descubrimiento. No dudaron
en marcharse del lugar, dejando todo el trabajo, para vender aquellos tesoros y
vivir una vida mejor.
Nunca se debe tocar aquellas piezas que guarda el tiempo. Siempre
están custodiadas por entes demoníacos o seres del inframundo. Las personas
somos muy descuidadas con los objetos que pertenecen a otros tiempos. Y aquel
día no fue la exención.
Pasó mucho tiempo desde ese día del hallazgo de los albañiles,
y aquellos hombres que fueron tentados por la avaricia, nunca más se los
vio por ese lugar. Pero algo siniestro vendría a reclamar lo que es suyo, mucho
tiempo después.
Una noche del mes de agosto de 1991. Un día oscuro sombrío y
silencioso. Algo sucedía en esa misma casona, donde los sujetos anteriormente
mencionados, encontraron las barras de oro. Una niña de doce años expresaba
síntomas de estar poseída por el diablo. Cuando la sombra de la noche extendía
su manto negro, empezaba a tener un comportamiento raro. Más aún cuando se
escuchaba un silbido. A esa hora. Las doce de la noche. La niña se revolcaba y
las cosas de los ambientes contiguos hacían ruido, un ruido escandaloso. Y no
solo eso, la niña también convulsionaba gimiendo y gritando cosas horrorosas,
que le salían de la boca. Con un terror espeluznante y macabro que envolvía el
lugar.
Su joven madre no sabía qué hacer. No podía luchar contra los
sombríos espíritus que atacaban su menor hija. Entonces opto por buscar el
apoyo de unos hermanos evangelistas, quienes acudieron rápidamente, la noche
siguiente, muy puntualmente, llegaron muy armados de valor. Esa noche, no bien
sonó las doce, las puertas comenzaron a crujir nuevamente, las cosas a moverse,
el silbido a sonar. Y como si fuera poco la casa a vibrar. El fenómeno
siniestro asustó a los evangelistas y arrodillados comenzaron a rezar y clamar
a dios, para que los malos espíritus abandonaran la casa y llegará la paz.
Cuando todo pasó, la niña resultó en el corral pálida, muy pálida y conversando
sola. Sus cabellos tenues y delicados, parecidos a la telaraña, se dispersaron
delicadamente, como si alguien jugara con ellos. La madre miraba todo esto
con terror en los ojos. En esos instantes una loca angustia oprimía su corazón,
y sacando fuerzas de sus flaquezas acudió hacia ella y la abrazó con fuerza. La
levantó y la retornó a su alcoba. Los evangelistas y ella velaron esa noche
para que la niña durmiera tranquila. La madre no quería que llegara la noche,
porque era un martirio para ella.
Otra noche se hallaban sentadas en el sofá de la sala, cuando de
pronto escuchó el silbido y que las cosas empezaban a moverse sin causa alguna.
La madre corrió para ver qué es lo que sucedía, pero, no encontró nada anormal.
Al entrar a la habitación de su hija le dijo que no se preocupara, porque se
trataba de su amiguito, un pequeño niño rubio, que siempre solía venir para que
jugaran.
—Él está aquí, a mi lado mamá —dijo la niña.
—Yo no veo a nadie hijita —le respondió.
—Pero, yo sí, mamá.
Exaltada la abrazó y así con sus cuerpos juntos, permanecieron en
silencio. Un fuerte ruido de la puerta les interrumpió sus meditaciones. Era su
esposo que llegaba acompañado de dos evangelistas procedentes de Cartavio.
Venían con biblia en mano. La señora dijo a su esposo:
—La niña a estado divagando… dice haber estado aquí su amiguito,
un pequeño niño rubio.
—¡Calma, calma, mujer!… estos señores nos van a ayudar a resolver
nuestro problema.
—Ojalá, así sea.
En esos instantes se respiraba ahí una atmósfera de dolor todo
estaba envuelto por un aire de melancolía profunda e irremisible.
Cuando tocó las doce de la noche, los silbidos y los ruidos
comenzaron a producirse. Esto incomodó a los padres de la niña, y los
evangelistas muy espantados salieron de la casa.
Los padres no podían soportar esa situación. Dichas incoherencias
que salían de la boca de su menor hija, con esos gritos espantosos, hicieron
que fuera a ver al párroco de la localidad (Casa Grande). Le contaron con lujo
de detalles lo que sucedía con su hijita a las doce de la noche.
El cura no le creía. —Esto es inaudito en pleno siglo xx —dijo muy
exaltado.
—Si cree que son locuras, le invitamos a nuestra casa, hoy a las
doce de la noche, le dijeron.
—No se preocupe, ahí estaré puntualmente —dijo el párroco.
Un cuarto para las doce, el cura ya se hallaba en la casa de la
niña. Lo hicieron pasar y se sentaron en el sofá de la sala. La niña se
encontraba dormida en su alcoba. A las doce en punto la niña comenzó a dar de
gritos aterradores y desesperados:
—¡Mama, mamita! ¡Ven por favor!... ¡Estoy volando por los aires!
Al escuchar las palabras. Los tres corrieron. Al entrar a la
alcoba, se quedaron estupefactos.
—¡Mama bájame! —le repetía insistentemente la niña gritando
aterrada de miedo.
Ante esa situación el párroco sacó una cruz y un escapulario de su
sotana y con voz enérgica comenzó a decir:
—¡Espíritu del mal, en nombre de dios te pido que abandones esta
casa! —al mismo tiempo que rociaba con agua bendita el cuarto.
Un buen rato el cura permaneció tembloroso, tambaleante. De
pronto, todo se iluminó con una luz extraña, que entraba por las ventanas,
llegando la calma y paz en esa casona. La niña no volvió a sufrir más, esos
momentos horribles. A partir de la fecha comenzó a llevar vida normal. Gracias
a la valentía de este párroco que dio dura pelea a este espíritu lleno de maldad.
Anónimo