miércoles, 22 de abril de 2015

AQUI PENA



Don Pedro Díaz, uno de los vigilantes de la Empresa Agroindustrial Casa Grande, recuerda que cuando le tocó cuidar las instalaciones de la Estación Experimental Agrícola (ICIA), jamás imaginó que se toparía con seres sobrenaturales. Dicho organismo científico, por estar ubicado lejos de la ciudad y estar invadido de cañaverales, además de la infinidad de árboles frutales y ornamentales de la especie ponciana, por la noche permanece oscuro, sombrío y silencioso. Salvo el ruido que hacen los vehículo que transita por la carretera que conduce a Ascope.


Con la chispa que le caracteriza, Don Pedro trae a la memoria...


Cierta noche que me hallaba revisando unos papeles en la guardianía, sentí que por las instalaciones algo hacia un ruido fuerte, como si las cosas hubieran adquirido vida. Escuchaba que las cosas  se movían por un viento huracanado. Sentí un abatimiento, una sensación de frío, pero luego, pensé en la presencia de posibles ladrones que querían robar el auto del director. Después de reflexionar salí a la puerta de la garita y de allí grité a voz en alta — ¡¿Quién anda allí carajo?!— a la vez que se me hacía un nudo en la garganta y en el estómago.


Cómo seguían los ruidos tome el machete que estaba sobre la mesa y fui a descubrir el misterio. Estando de medio camino divisé que una figura de buen tamaño que cruzaba de oeste a este y que conforme iba avanzando, iba desvaneciéndose también por partes. Primero desapareció la cabeza, luego el tórax, quedando solo de la cintura para abajo.


Un tanto asustado y sacando fuerzas de mis flaquezas empecé a gritar de nuevo — ¡Hey, qué hacen ahí carajo! ¡Párate si no quieres que acabe contigo!— la espectral figura seguía corriendo y se perdió por la oficina de la administración.


Ver imágenes fantasmales en un lugar, prácticamente desolado es terrible, comentó.


De todas maneras, proseguí con la labor que me amerita. Entonces fui a ver el carro del director, y felizmente todo estaba en orden. Luego mire con ojos minúsculos todas las instalaciones y retorne a la garita. Cuando nuevamente apareció el bulto, ya que eran las doce de la noche en punto. Hora donde los seres sobrenaturales suelen hacer sus apariciones. Pero esta vez solo lo vi moverse entre los matorrales fuera de las instalaciones.


—Otra noche— refirió don Pedro Díaz.  Me hallaba escuchando radio. De pronto, unas voces en discusión que salían de por entre los edificios se comenzó a escuchar.  Pensé en posibles ladrones y que querían robar en grupo. Llamando mi atención, y decidiendo ir a enfrentarlos. Un profundo temor cundió por mi cuerpo. Sentí temor ir a ver de quienes se trataba; pero, tampoco podía dejar de lado mi responsabilidad de vigilante. Sobreponiéndose a lo que podría haber sido, solo imaginación mía, me traslade al dicho lugar. Conforme me acercaba las voces eran más fuertes, empeoraba cada vez más, no se entendía nada de lo que conversaban. Había mucha incoherencia. Sigilosamente fui acercándome. Cuando llegue al sitio, no había nadie. — ¡Dios mío! ¡Aquí pena! — dije y regresé apurado a la garita, ubicada en la entrada de la estación.


Pensado Don Pedro que se habían terminado sus encuentros. Sucede que un día donde se encontraba de turno, siendo las diez y media, un fuerte viento empezó a soplar cerca de la garita, y que el llanto del perro de la ganadería interrumpió sus meditaciones. Intente pararme para salir y levantar la vista, cuando de repente para mi enorme sorpresa divise un hombre sin cabeza, vestido de negro, que se deslizaba raudamente. Un miedo terrible se apoderó de mí. El fantasma mantuvo sobre mí su terrible descendencia, a tal punto que flotaba entre las sombras del ambiente. Trate de descifrar la aparición y darme una explicación para tal espectro sobrenatural, que levi-taba frente a mí, pero, fue en vano. — ¡Aquí pena!— dije con el corazón a mil por hora, las piernas temblando, y la sangre helada por el miedo.

Luis Chuquipoma Muñoz

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