Aquella señora de estatura
mediana, delgada de ojos achinados y hundidos de prominente nariz, de un color
cadavérico, vestida a la usanza antigua y de color negro, tenía la cualidad de
saber todo lo que sucedía en la hacienda Casa Grande, sobre todo, era la que
portaba las malas noticias, su lengua viperina sólo servía para expresar
maldad. Siempre pendiente del paso de la gente, se apostaba detrás de una
ventana que disimulaba con cortinas para enterarse quien iba o venia y que
hacía en el día y por la noche, muchas veces su estado anímico se reflejaba en
la alegría cuando tenía que contar en perjuicio de alguien y negativo cuando no
lo tenía.
Cuentan que una noche a eso de las doce, como de costumbre estaba sentada frente a la ventana que daba a la calle, atenta a cualquier acontecimiento, escuchó el paso de una banda de músicos, tocando música sacra que acompañaba a una procesión de gente con velas encendidas que al pasar frente a su casa se paró y la invitaron a ver el ataúd recibiendo dos velas. Al salir a la calle no pudo contener su curiosidad y se acercó rápidamente para ver el cadáver. Grande fue su sorpresa cuando vio que era ella a la que llevaban a enterrar, corrió despavorida, llevando las dos velas en sus manos, se encerró su cuarto y se quedó dormida.
Al amanecer, descubrió que las velas no eran sino dos huesos humanos, su desesperación fue tan grande que acudió sin pensar dos veces, a una curandera de las artes del mal, aconsejándole que para una solución inmediata debería llevar a esa misma hora la presencia de un alma pura, prestando así por una noche a una bebé, su tarea era simple: hacer llorar a la niña y así su maldición acabaría; pero en el momento en el que la procesión pasó por más que pellizcaba a la bebé esta no lloraba y así se llevaron a la señora y a la bebé, terminando así la vida de aquella a quienes todos tachaban de imprudente e insoportable “Vieja Chismosa”
Anonimo
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